ALBERTO CASTILLA
EI creador del Conservatorio de Música del Tolima y de los Congresos Nacionales de Música tuvo una vida multifacética: ingeniero del Ferrocarril del Pacífico, internacionalista, literato, compositor, periodista, matemático, orador, políglota, catedrático, nadie como Alberto Castilla encarna, sin embargo, el espíritu musical de la ciudad que lo acogió y recuerda como uno de sus hijos predilectos.
Hijo del periodista, político y poeta antioqueño Clodomiro Castilla Baena y doña Mercedes Buenaventura Galindo, tolimense, nació Alberto Castilla en Bogotá el 9 de abril de 1878. Su abuelo paterno fue chaparraluno y su padre, aunque antioqueño, desempeñó varios cargos en el Tolima, entre ellos los de Magistrado del Tribunal Superior y Diputado a la Asamblea. Un tío suyo, Tadeo Galindo, murió fusilado en Medellín y, en carta al periódico ibaguereño Eí Pueblo, Castilla describe esta muerte como heroica sin que se conozcan detalles al respecto. En dicha carta describe a su abuelo materno, don Joaquín Buenaventura, como un valor absoluto en la ingeniería colombiana. El nacimiento de Alberto Castilla tuvo lugar en la parroquia de Santa Bárbara, en la casa marcada hacia las primeras décadas del siglo con el número 5-80 y se le bautizó en la iglesia del mismo nombre. Cursó sus primeros estudios en los colegios que en la capital regentaban don Joaquín Liévano y don Vicente Gamboa. El bachillerato lo cursó en el colegio Araujo de Bogotá. Alo largo de estos estudios dio claras muestras de su habilidad para las matemáticas y su gusto por el arte y la literatura.
Sus padres fueron sus primeros profesores de música y desde adolescente tocaba varios instrumentos. Impresionado por la lectura de un libro de Hipolite Taine en que da cuenta de sus correrías por Italia, no lo piensa dos veces, hace maletas y viaja a ese país. Allí se acendrará su vocación musical y su sensibilidad artística. A su regreso ingresa a la Academia Nacional de Música que dirige el maestro Enrique Price. Es notoria su afición por la vida bohemia y en el transcurso de largas veladas nocturnas se hace discípulo informal del conocido músico Emilio Murillo quien, a su vez, había sido discípulo del maestro Pedro Morales Pino. Poco después de estallar en 1899 la guerra de los mil días, interrumpe sus estudios musicales para marchar al Tolima y enrolarse en las filas revolucionarias del general chaparraluno José Joaquín Caicedo Rocha. Participará en la contienda por espacio de dos años. Combate en numerosas batallas y recibe varios ascensos. Al término de la guerra, en 1902, con la amargura de ver derrotada la causa rebelde del liberalismo, fija su residencia en el Tolima pero no abandona del todo a Bogotá, donde por una temporada se desempeñará como administrador del salón de billares El centro de lajuventud, de propiedad de don Benjamín Martínez Recuero, en forma simultánea con su condición de jefe de meseros en el prestigioso Gun Club.
Hacia 1912 se crearon en Bogotá dos famosos piqueteaderos por el entonces llamado Paseo de la Agua Nueva: Rondinela y La gata golosa. Este último era un burdel con pretensiones de elegancia que dio su nombre, por copla improvisada de un contertulio, al conocido pasillo del compositor tolimense Fulgencio García titulado hasta ese momento Soacha. García es autor de la composición Castilla, dedicada a Alberto Castilla. Los dos establecimientos, especialmente Rondinela, fueron testigos de la vida bohemia de Alberto Castilla quien, años después, compondría un pasillo con este nombre. En Rondinela Alberto Castilla, a quien sus amigos llamaban La vieja, dirigió una improvisada orquesta de compañeros de parranda en la cual tocaba, al mismo tiempo, el piano. De Rondinela salía el grupo ya al amanecer.
A finales del siglo pasado, intentando sacar el mejor provecho de un viejo instrumental que de muchos años atrás servía para la enseñanza musical en el colegio de San Simón, un grupo de aficionados se dio a distraer sus ocios provincianos dando serenatas a las damas ibaguereñas. Tal grupo se disolvió con el advenimiento de la guerra civil que dividió el siglo. Pocos años después don Pablo Domínguez fundó una escuela particular de música en su casa, conocida como el hormiguero de don Pablo. Allí se reunían todos los que supieran tocar un instrumento y Castilla, que ya desde el segundo lustro de la centuria acariciaba la idea de fundar en Ibagué un Instituto para la enseñanza musical, decidió aprovechar tal grupo para crear la Academia de Música de Ibagué . En compañía de varios amigos -el médico y propietario de una botica. Pacho Lamus, quien tocaba la flauta y el propio Pablo Domínguez, violinista-, fue poco a poco dando forma y contenido a su iniciativa. Se dictaban clases de solfeo, flauta, violín y piano en dos amplias salas del colegio San Simón que puso a su disposición el gobernador Félix Antonio Vélez. Arrendó luego una vieja casona. Los alumnos empezaron a llegar, pero el plantel carecía casi por completo de muebles. Para solucionar tal carencia Castilla, Lamus, Domínguez, miembros del personal del hormiguero y algunos alumnos ofrecían recitales gratuitos en acomodadas residencias de Ibagué para al terminar exponer la urgencia de conseguir mobiliario con destino al nuevo centro musical, solicitud que siempre tuvo acogida. Después, el colegio San Simón otorgó una donación de violines, violas, un cello y un contrabajo. A esto se sumó el aporte oficial que Castilla consiguiera con sucesivos gobernadores: Antonio Rocha, Heriberto Amador, Andrés Rocha y Rafael Parga Cortés. El encargado de organizar las clases fue Jorge Añez. El propio Castilla realizó los planos y dirigió la construcción. Así se creó lo que hoy es el Conservatorio del Tolima, levantado a medida que los recursos conseguidos lo permitían.
De modo simultáneo con su vocación musical, desarrollada de manera autodidacta, avanza, su carrera política. Se inició en ésta como diputado a la Asamblea para ser elegido después, en varios períodos, representante a la Cámara por el Tolima. Se desempeñó también como Secretario de Gobierno y de Hacienda en diversas oportunidades. Creó los Congresos Nacionales de Música, el primero de los cuales se efectuó en Ibagué en enero de 1936 y que le valió ser condecorado con la Cruz de Boyacá y aún sacó tiempo en una época para desempeñarse como profesor de álgebra y contabilidad en el colegio San Simón.
El año de 1930, cuando el liberalismo ve la oportunidad de llegar al poder con Enrique Olaya Herrera, Castilla hace parte de la dirección del debate en el Tolima junto a Darío Echandía, Alberto y Daniel Camacho Angarita, Arturo Camacho Ramírez y Rafael Parga Cortés, entre otros.
En diciembre de ese mismo año llega a Ibagué, de paso para San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, donde debía pronunciar un discurso con ocasión del centenario de la muerte del Libertador, el poeta Guillermo Valencia. El bardo payanes intentó pasar de incógnito por la ciudad, pero bien pronto fue descubierta su presencia y en forma espontánea más de dos mil personas se congregaron frente al hotel en que se hospedaba. Castilla reseñó el acontecimiento en el periódico El Pueblo. La sociedad ibaguereña ofreció un almuerzo al visitante y en su transcurso Castilla improvisó un discurso sobre la obra literaria de Valencia. En palabras del poeta Eduardo López, que formaba parte de la comitiva, Castilla «analizó algunos poemas de Valencia con tal propiedad, con tan buen juicio crítico, con tan acertadas observaciones, que todos nos quedarnos un tanto desconcertados, pues aún cuando ya conocíamos la personalidad de Castilla, no teníamos una idea cabal de su erudición y de sus capacidades oratorias». De este discurso diría Valencia: «De los elogios que se me han hecho, el del maestro Castilla es el que más me enorgullece y el que más me ha impresionado en el curso de mi vida».
Ya en 1910 Castilla había dado muestras de su afición por la literatura al organizar un concurso literario conmemorativo del primer centenario de la independencia. El ganador fue el maestro Manuel Antonio Bonilla y el segundo premio lo obtuvo el entonces poco conocido escritor huilense José Eustasio Rivera, futuro creador de La vorágine.
Otra importante intervención suya fue el discurso que pronunció para recibir a Carlos Lozano y Lozano a su regreso del Perú, donde había permanecido once años al frente de la embajada. Lozano y Lozano fue también gobernador del Tolima y cuando, por un incidente relacionado con un viaje a Cali, se le destituyó del cargo, Castilla asumió su defensa en la prensa.
Como ingeniero fueron numerosas sus correrías por el Tolima -trazó carreteras, dirigió la construcción de puentes y edificios, diseñó el primer plano de Ibagué-y siempre extraía de ellas material para nuevas composiciones. Se destacan El bunde, compuesto en 1908 según doña Amina Melendro de Pulecio y no en 1914 como generalmente se afirma, con versos de Cesáreo Rocha Castilla en una versión y de Nicanor Velázquez Ortíz en otra; La guabina -estrenada en el Salón Olimpia de Bogotá el 28 de febrero de 1915, con letra de Federico Rivas Frade y dirección orquestal de Federico Corrales-, el tempo de habanera El cacareo; Rondinela (pasillo dedicado a Luis Garay, grabado por la estudiantina Añez en discos Víctor y que posee la particularidad de que sus tres partes están escritas en igual tonalidad), las romanzas El rizo y Chípalo, el pasillo Romanza y el pasillo lento Romanza No. 9, los valses Agua del cielo, Fuentecilla, Vaivén y María Amalia, este último rotulado como vals brillante, la marcha Giana, la canción de cuna Arrullo, también conocida como Arrurrú, las obras religiosas Trisagio al corazón de Jesús, Agnus Deo y una misa de réquiem escrita en colaboración con su amigo Martín Alberto Rueda; la danza Beatriz, la polka Mistelita y los Villancicos. Otras composiciones suyas son Picaleña y Talura. Lamentablemente, mucha de su producción se perdió, en parte por imprevisión y descuido del propio Castilla quien en ocasiones vendió sus producciones a baj o precio por urgencias de su vida bohemia o para favorecer a cualquier necesitado ya que su generosidad fue proverbial.
En 1932 publicó su libro Lecciones de armonía, dedicado a Antonio Rocha y cuyos derechos de autor fueron cedidos al Conservatorio. El salón de conciertos del Conservatorio del Tolima lleva su nombre. El día en que este imponente salón se dio al servicio, el 27 de julio de 1935, a sólo dos años de su muerte, el maestro Castilla, como ya se le llamaba, recibió un homenaje organizado por doña Amina Melendro de Pulecio y otras damas de Ibagué. En desarrollo del acto Amina Melendro acompañó al piano la orquesta que ejecutó las piezas María Amalia y El cacareo. Teresa Meló acompañó El hunde; participó también el niño Oscar Buenaventura, quien ejecutó al piano la romanza Chípalo. Cantó Leonor Buenaventura, recitó un poema compuesto especialmente para la ocasión Luz Stella y pronunciaron elogiosos discursos el exministro Alberto Camacho Angarita y Juan Lozano y Lozano. El Conservatorio era ya, virtualmente, una realidad concreta. El edificio fue construido por el arquitecto Helí Moreno Otero y en su sala de conciertos el pintor Domingo Moreno Otero, hermano del constructor, plasmó al óleo en sus paredes laterales quince medallones representativos de grandes compositores.
Menos de un año después, en enero de 1936, tendría lugar en Ibagué el Primer Congreso Nacional de Música en cuyo marco se realizó igualmente la Semana de la Música. Castilla había venido trabajando de tiempo atrás para la realización de esta idea y había tocado, en su empeño por realizarla, numerosas puertas gubernamentales y privadas. El éxito conque se cumplió el evento no podía ser mayor. Grupos sinfónicos, de cámara, bandas, conjuntos corales, compositores, solistas, se reunieron en Ibagué para ofrecer conciertos en el salón inaugurado a mediados del año anterior; retretas en las plazas, música religiosa en los templos, juegos florales, asambleas para discernir sobre todo lo concerciente a la música, sus diferentes sistemas de enseñanza y posibles derroteros. Se realizaron también exposiciones de pintura y escultura y conferencias sobre estética e historia del arte. La jornada marcó, ciertamente, un hito en la capital del Tolima. Con ella se cumplía el viejo deseo del maestro de hacer del Conservatorio, en sus propias palabras, «Un centro cultural, pedagógico, educativo, amplio y democrático, abierto a todas las urgencias espirituales, cualquiera que sea la mente en que residan y lugar cuyo ambiente artístico sea tan grato y sutil que nadie pueda dejar de respirarlo. Porque es mi anhelo que el Conservatorio llegue a ser - y en esa aspiración se me asocian el Gobierno del Tolima y la ciudad de Ibagué - una pequeña gran República del arte».
En carta dirigida al director del instituto de Bellas Artes de Bogotá, Gustavo Santos, con fecha del 16 de septiembre de 1935 y en la cual solicita apoyo para su proyecto del Primer Congreso Nacional de Música, resume lo que en ese año ya es el Conservatorio, el centro musical que desde la primera década del siglo venía tratando de forjar en condiciones casi paupérrimas. Dice allí: «Por eso encuentra usted en nuestro instituto, en embrión o en pleno desarrollo, una aula de música con todas las dependencias necesarias, en donde se estudia la teoría y la práctica de todos o la mayor parte de los instrumentos disciplinados a la orquesta y a la banda; un aula de pintura y escultura donde se estudian la geometría, el dibujo, la perspectiva, la anatomía, el modelado y la decoración; un departamento de idiomas, para aprender el inglés, el francés, el italiano y, más tarde, también el alemán; un centro de historia a que concurren los inscritos en él a estudiar el pasado de nuestro pueblo y de nuestras costumbres y a excavar el cementerio de las cosas olvidadas, en busca de los hechos que nos dieron gloria y fisonomía; y encuentra usted una Revista, académicamente dirigida, que recoge y refleja toda la labor cristalizada del Instituto y fuera de él y es vehículo lujoso del pensamiento literario colombiano y álbum de todo lo bello y lo clásico que merezca redondearse como inspiración o como modelo de forma y de expresión; y una modesta biblioteca, con su sala de lectura y su adecuada reglamentación; y un campo de deporte para que los niños que estudian en el plantel, jueguen y atiendan a su educación física; y, por último, una sala espléndida para los conciertos, las conferencias culturales y científicas y la presentación de los valores artísticos que llegaren a la capital de nuestro Departamento».
Sus artículos periodísticos abarcan temas tan diversos como la demarcación de límites fronterizos con algunos países vecinos que publicó en el periódico El Derecho, la vida del empresario de ópera Adolfo Bracale, la vida y la obra del compositor bogotano Carlos Alberto Rueda, apuntes sobre la pureza del lenguaje y muchos más que divulgaron obras y autores poco conocidos en el medio. Escribió también numerosos poemas y fundó con compañeros del Conservatorio la revista Arte.
Castilla tenía de la música un concepto ecuménico y en este punto superaba a todos sus coterráneos. «Nosotros -escribe en un artículo- nunca hemos creído en la existencia de la música nacional. Y nos atreveríamos a aventurar el concepto de que ningún pueblo del mundo la tiene, como no sea el chino o el hindú, si es que música puede llamarse lo que esos pueblos expresan con los sonidos. Este concepto se funda en que para nosotros la música es la música en todas partes, y como tal no tiene raza, ni nacionalidad».
Murió el 10 de junio de 1937, en Ibagué, a los 59 años de edad. Sus cenizas reposan en el llamado patio de las dos camias, en el Conservatorio, árboles que él personalmente sembró sin sospechar que un día darían sombra a sus despojos.