ALBERTO CASTILLA

Durante las dos primeras décadas del siglo XX, existió en Colombia una generación de intelectuales y artistas que se diferenciaron excepcionalmente del resto de sus contemporáneos. Crisis como la guerra de los mil días hicieron que gran parte de los que integraron aquella generación tuviera que abandonar su hogar en plena adolescencia para ir a los campos de batalla a luchar por ideales políticos y sociales. Esta experiencia produjo en los espíritus el choque natural que trastoca no sólo valores sino que deja en el carácter huellas profundas. Si a esto agregamos las nuevas fuerzas económicas y sociales que empezaron a cambiar la concepción “filosófica” de la vida y modificaron con ritmo acelerado las costumbres, tendremos una explicación de por qué esa generación, que sin duda fue brillante, tuvo un concepto de la existencia tan escéptico y romántico a la vez, tan profundo y si se quiere tan ligero, y de por qué vivió en permanente contradicción consigo misma y con las normas usuales del ambiente.

Generación idealista, amable, saturada de un fino espíritu burlón, que no fue otra cosa que una defensa ante la vida y que tuvo una adecuada expresión en aquella literatura mordaz que caracterizó toda una época, encontró representantes en la poesía, la novela, el periodismo y la música. Tomás Carrasquilla, Julio Flórez, Clímaco Soto Borda, Enrique Álvarez Henao, Julio de Francisco y Eduardo Ortega, enmarcaron un grupo romántico y bohemio del cual Alberto Castilla, entre otros, fue uno de sus últimos sobrevivientes.

Supo de los más intrincados secretos de las matemáticas y la ingeniería y no ignoró las ciencias naturales. Orador elegante, intervino en la política con fortuna, conoció de todas las literaturas y no fue extraño a las trascendencias de la filosofía. Creador del Conservatorio de Música del Tolima y de los Congresos Nacionales de la Música, ingeniero del Ferrocarril del Pacífico, internacionalista, literato, compositor, periodista, políglota y catedrático, Alberto Castilla encarna el espíritu musical de la ciudad que lo acogió y lo recuerda como uno de sus hijos predilectos: Ibagué.

Nació en Bogotá el 9 de abril de 1878. Nieto de chaparraluno e hijo de antioqueño, perteneció a una casta que vivió y luchó en el Tolima. Su padre, Clodomiro Castilla, periodista, político y poeta, fue magistrado del Tribunal Superior y diputado a la Asamblea. Castilla, bautizado en la parroquia de Santa Bárbara, donde también tuvo lugar su nacimiento, cursó sus primeros estudios en los colegios que en la capital regentaban don Joaquín Liévano y don Vicente Gamba y el bachillerato en el colegio Araújo de Bogotá.

Inclinado por la música desde su primera infancia e impresionado por la lectura de un libro de Hipolite Taine, viaja a Italia donde se afianza de manera definitiva su vocación musical y su sensibilidad artística, que se ven completamente solidificadas cuando ingresa, luego de su retorno al país, a la Academia Nacional de Música dirigida por el maestro Enrique Price.

Durante las noches que descubre la bohemia, se hace discípulo de Emilio Murillo quién, a su vez, lo había sido de Pedro Morales Pino. Al término de la guerra, en 1902, con la amargura de ver derrotada la causa rebelde del liberalismo, fija su residencia en el Tolima pero visita por temporadas a Bogotá empleándose como administrador del salón de billares El centro de la juventud, propiedad de Benjamín Martínez Recuero y como jefe de meseros en el prestigioso Gun Club, sin abandonar su actividad cultural que empieza a consolidarse hacia 1905 cuando impulsa la Sociedad de Embellecimiento de Ibagué, y publica cuentos y artículos en los periódicos de la época.

Para el cambio de siglo, varias escuelas musicales iniciaron actividades en Ibagué. La del batallón Bárbula y más adelante la Escuela de Música de San Simón, dirigida por Temístocles Vargas, fueron las más sobresalientes, disueltas, de manera desafortunada, con la llegada de la guerra civil de 1899. Después, El hormiguero de don Pablo, una escuela dirigida por Pablo Domínguez y la Escuela Orquesta, fundada por el propio Castilla, darían como resultado la creación de la Academia de Música de Ibagué.

La Escuela Orquesta fue creada por Castilla en asocio con el médico y propietario de una botica, Pacho Lamus, y por el propio Pablo Domínguez. Allí se dictaban clases de solfeo, flauta, violín y piano en una casona arrendada y sin muebles. Los alumnos empezaron a llegar y con ellos el montaje de un repertorio con el que ofrecían recitales gratuitos en acomodadas residencias de Ibagué, exponiendo, al terminar, la urgencia de conseguir mobiliario con destino al nuevo centro musical. La solicitud siempre tuvo buena acogida. Más adelante, el colegio San Simón otorgó violines, violas, cello y contrabajo. Jorge Añez fue el encargado de organizar el pensum de la academia que crecía día a día gracias a los aportes oficiales que Castilla conseguía con gobernadores como Antonio Rocha, Heriberto Amador, Andrés Rocha y Rafael Parga Cortés.

El 3 de abril de 1913, Castilla es nombrado secretario de hacienda del Tolima durante el mandato de Leonidas Cárdenas, padre de la escritora Luz Stella. Sus disposiciones, entre las que se cuentan varias que favorecían ampliamente al Conservatorio, se expresan en la Gaceta Departamental, número 241.

Profesor de álgebra y contabilidad en el colegio de San Simón durante 1914, al mismo tiempo que es considerado como alma del periódico El Cronista, fue elegido por varios períodos Representante a la Cámara. Castilla ejercería un liderazgo político entre quienes dirigían el liberalismo en el Tolima. Con posturas radicales y profundas, hacía gala de toda su oralidad para defender sus principios y los de su colectividad y cuando el liberalismo ve la oportunidad de llegar al poder con Enrique Olaya Herrera en 1930, Castilla hace parte de la dirección del debate en el Tolima junto a Darío Echandía, Alberto y Daniel Camacho Angarita, Arturo Camacho Ramírez y Rafael Parga Cortés.

Como ingeniero, durante muchas correrías por el Tolima, trazó carreteras, dirigió la construcción de puentes y edificios y diseñó el primer plano de Ibagué. Como compositor, Castilla le cantó a su pueblo en el idioma que éste entiende: sencillo y con sentimiento; en sus poemas y en sus improvisaciones dejó lo que es propio de los buenos poetas y de los buenos improvisadores: ingenio aquí, inspiración allá; en sus discursos hay lo esencial de un orador, como dijera Eduardo López: erudición y elocuencia; y a sus amistades brindó siempre el corazón. Como periodista sus artículos abarcaron temas tan diversos como la demarcación de límites fronterizos con algunos países, criterios que publicó en el periódico El Derecho; la vida del empresario de ópera Adolfo Bracale, la vida y la obra del compositor bogotano Carlos Alberto Rueda, apuntes sobre la pureza del lenguaje y muchos más que divulgaron obras y autores poco conocidos en el medio. Fundador de la revista Arte, de gran trascendencia en el exterior, de la que se ocuparon para conceptuar y escribir sobre ella plumas continentales al estilo de Miguel de Unamuno y Porfirio Barba Jacob, Castilla fue, sin duda alguna, la figura cultural del Tolima en la primera mitad del siglo XX.

La obra musical de Castilla es de gran valor. La más importante es, por lo menos para los tolimenses, El Bunde, declarado himno del Tolima en 1959 por la Asamblea del departamento y compuesto en 1908, según doña Amina Melendro de Pulecio y no en 1914 como generalmente se afirma. Los versos que conforman sus letras son obra de Cesáreo Rocha Castilla en una versión y de Nicanor Velázquez Ortiz en otra.

Sus principales obras son La guabina, estrenada en el Salón Olimpia de Bogotá el 28 de febrero de 1915 por la orquesta del maestro Federico Corrales y con letra de Federico Rivas; el tempo de habanera El Cacareo; los pasillos Rondinela -dedicado a Luis Garay y grabado por la estudiantina Añez en discos Víctor, tiene la peculiaridad de que las tres partes están escritas en la misma tonalidad- Romanza y Romanza No 9, las romanzas El Rizo –catalogada como una de las más bellas canciones colombianas, con texto de Manuel Gutiérrez Nájera– y Chipalo; la danza Beatriz, los valses Agua del cielo, Fuentecilla, Vaivén y María Amalia, este último rotulado como vals brillante, la marcha Giana, la canción de cuna Arrullo, también conocida como Arrurrú, basada en una melodía folclórica colombiana; las obras religiosas Trisagio al corazón de Jesús, Agnus Deo y una misa de réquiem escrita en colaboración con su amigo Mario Alberto Rueda, la polka Mistelita, Villancicos, Picaleña y Talura. Lamentablemente, gran parte de su producción se perdió por descuido del propio Castilla quien vendía sus producciones a bajo precio por urgencias de su vida bohemia o para favorecer a cualquier necesitado ya que su generosidad era proverbial. Como periodista, además de ser un fino analista y continuo articulista en los diferentes medios de la capital tolimense, fue encargado de la dirección del legendario diario El Cronista, en febrero de 1920, ante el retiro de su propietario Enrique Vélez, quien había sido llamado por el Senado de la República para servir en la secretaría de la alta cámara.

Como fruto de su actividad docente, Castilla publicó en 1932 unas Lecciones de Armonía, trabajo que dedicó “Al ciudadano Antonio Rocha, espíritu de selección, quien desde su bufete de gobernante del Tolima, ha tenido el buen sentido y la elegancia de impulsar el Conservatorio Departamental con una decisión y patriotismo insuperables” y cuyos derechos literarios fueron cedidos al Conservatorio.

Manuel Antonio Bonilla es dueño de una biografía de Beethoven que el maestro escribiera y que quedó inédita.

Dos años antes de su muerte, se inauguró el imponente salón de conciertos del Conservatorio que él mismo llamara Sala Beethoven pero que la sociedad impuso, por la fuerza, como Sala Castilla. Homenajeado en todas las formas posibles por los gobiernos departamentales y por la sociedad ibaguereña en cabeza de Amina Melendro de Pulecio, uno de los más sentidos actos en su nombre fue el realizado el día de la inauguración. Amelia Melendro acompañó al piano la orquesta que ejecutó las piezas María Amalia y El cacareo. Teresa de Melo acompañó El Bunde y el entonces niño Oscar Buenaventura ejecutó al piano la romanza Chipalo -años más tarde se convertiría en uno de los más grandes compositores y pianistas no sólo de Colombia sino de toda América-. Cantó Leonor Buenaventura, recitó un poema compuesto para la ocasión Luz Stella y pronunciaron elogiosos discursos el exministro Alberto Camacho Angarita y el poeta y periodista Juan Lozano y Lozano.

En enero de 1936 organiza el Primer Congreso Nacional de la Música, llamado también Semana de la Música. La idea, que había surgido gracias a noticias que le llegaron de un congreso similar en Argentina, tuvo un éxito sin precedentes. Grupos sinfónicos, de cámara, bandas, conjuntos corales, compositores, solistas y teóricos de la música se reunieron en Ibagué durante cuatro días, tiempo durante el cual se ofrecieron recitales, retretas, un pequeño festival de música religiosa en los más importantes templos de la ciudad, análisis de los nuevos sistemas de enseñanza y de los parámetros que debe seguir la música en el país, además de conferencias acerca de la estética y la historia del arte y exposiciones de pintura y escultura. El evento comenzó a darle a la ciudad un prestigio nacional. El propósito del maestro, de convertir a Ibagué en la ciudad musical de Colombia, se estaba cumpliendo. Diría Castilla de la institución que él mismo fundara: “Un centro cultural, pedagógico, educativo, amplio y democrático, abierto a todas las urgencias espirituales, cualquiera que sea la mente en que residan y lugar cuyo ambiente artístico sea tan grato y sutil que nadie puede dejar de respirarlo. Porque es mi anhelo que el Conservatorio llegue a ser –y en esa aspiración se me asocia el gobierno del Tolima y la ciudad de Ibagué–, una pequeña gran república del arte”.

En los primeros meses de 1937, las páginas sociales de los periódicos de la ciudad comenzaban a anunciar el delicado estado de salud del maestro Castilla y pedían por su recuperación. Sin embargo, algunos sabían que de tiempo atrás el autor de El Bunde padecía una severa afección hepática que, de acuerdo con las apreciaciones de un médico amigo suyo, pudo haberle causado la muerte por un fuerte derrame de sangre de la vesícula biliar. Otros refieren un ataque fulminante al corazón.

El Maestro Alberto Castilla murió el 10 de junio de 1937 en Ibagué, a los 59 años de edad. Cuando llegó al departamento, los censos arrojaron una población de 221.325 habitantes; a su muerte, el territorio contaba con 650.000. El diario El Espectador, del viernes 11 de junio, bajo la corresponsalía de Alfonso Torres Barreto, anunciaba el entierro de Castilla para el sábado siguiente y narraba los pormenores de su fallecimiento. El cadáver fue velado en cámara ardiente en el salón de conciertos del Conservatorio.

La sala que lleva su nombre, inaugurada dos años antes bajo su sonrisa satisfecha, guardaba ahora su cadáver en medio del duelo general. El diario El Tiempo, en su edición del 10 de junio, destacaba en su titular “El sepelio del maestro Castilla constituirá gran apoteosis” y a renglón seguido precisaba: “Ha sido unánime el sentimiento popular por la muerte del gran artista. Tres días de duelo decretó la alcaldía. Asistirá una delegación de la Presidencia. La Asamblea levantó sesión”.

Montañas de flores cubrieron el cuerpo del maestro. Centenares de mensajes procedentes de todo el país llegaban a cada instante al igual que se hacían presentes delegaciones de diversos lugares de la república. Los carteles fúnebres empapelaban totalmente las esquinas: más de cuarenta instituciones artísticas, políticas y oficiales habían invitado al sepelio. La sala Castilla presentaba un suntuoso y severo aspecto: sobre el busto de Beethoven se encontraba la bandera colombiana enlutada; en un atril se hallaba la batuta del maestro y, en medio de dos pianos de cola, el ataúd. El alcalde de la ciudad dictó una resolución de honores y decretó tres días de luto. La idea generalmente aceptada de que el maestro fuera enterrado en el patio principal del Conservatorio fue acogida por el gobierno.

Hoy las cenizas de Alberto Castilla reposan en el llamado patio de las dos camias, árboles que él personalmente sembró sin sospechar que un día darían sombra a sus despojos.

En el año 1995 Pijao Editores lo seleccionó como uno de los Protagonistas del Tolima Siglo XX



Galería