MIGUEL ÁNGEL CASAS

Todas las tardes Miguel Ángel esperaba ansioso que su padre sacara la silla y comenzara a rasgar melancólicamente el tiple. Siempre estaba atento a los movimientos de su progenitor y desde los cuatro años aprendería las bases de la interpretación de este instrumento que afinó la que sería su gran sensibilidad posterior.

Más adelante, cuando acompañaba a su madre a recoger al hermano mayor que estudiaba en el Conservatorio, comprendió que definitivamente su vida estaría ligada a los sonidos dulces que se entremezclaban en ese templo de la música. Tan pronto terminó la primaria, se presentó al examen para ingresar al claustro, fue aceptado y se aferró al violín como el instrumento que le abriría distintas puertas.

Cuando cursaba su segundo año de bachillerato musical, unos amigos mayores que él deciden integrarlo al grupo musical que realizaba serenatas en la ciudad. Para poder acompañarlos, ellos debían pedirle permiso a su madre, quien generalmente lo negaba por los temores propios de quienes ven en la bohemia los laberintos por donde se puede extraviar la juventud. Su padre intervenía entonces y él, a sus doce años, se unía al grupo para alegrar con su violín las noches de ronda. Al principio no cobraba, lo hacía simplemente como un ejercicio, pero a los trece años recibió los primeros doscientos pesos como pago y con ellos compró el suficiente licor para embriagarse por primera vez en su vida.

Se graduó como bachiller en el Conservatorio en el año de 1986. Inmediatamente tuvo noticia de un concurso en la Sinfónica de Medellín, se presentó para ocupar la vacante, pese a que sus amigos y su familia le decían que no iba a ser aceptado en razón del regionalismo paisa. Sin embargo, contra todo pronóstico, ganó la convocatoria, se vinculó a la orquesta y a los pocos meses fue seleccionado para adelantar estudios de dirección, los que realizó intensivamente durante cuatro meses, dirigido por el maestro Fritz Voëgelin, quien le dio la oportunidad de dirigir la Orquesta Sinfónica luego de haber pasado los exámenes en una rigurosa selección.

Se radica en Medellín durante un año, pero la nostalgia de la tierra es más poderosa y regresa a Ibagué, donde presenta exámenes para obtener el grado inferior de violín. Termina vinculándose como profesor de este instrumento en el Conservatorio y dirige la Orquesta Juvenil de 1988 a 1991. Ante la carencia de profesores de violín, realiza gestiones en Bogotá y logra el nombramiento de algunos, entre ellos la búlgara Antonia Capitanova, quien se convierte en su tutora en todo el sentido de la palabra. Lo convence de que viaje a Bogotá a continuar estudios en la Universidad Javeriana. Abandona no sólo su trabajo como profesor del Conservatorio sino su vida disipada, toda vez que, como socio de una taberna, donde actúa todas las noches, le robaba tiempo a la disciplina. Con el apoyo de su familia se matricula en la universidad e inicia una etapa difícil, sobre todo porque la adaptación al nuevo ambiente le crea algunos inconvenientes, pero su tesón está por encima de los obstáculos y continúa con ímpetu en su propósito.

Funda La Orquesta de Cámara del Tolima, con residentes en Bogotá, como una manera de agrupar jóvenes estudiantes de distintas universidades de la capital que tienen como nexo el haber salido del Conservatorio. Ensayan en la Casa del Tolima y deciden que su principal objetivo es el de difundir la música colombiana y situarla a la altura de la clásica.

Miguel Ángel considera que es tan importante un bambuco como la música de Beethoven y que se debe partir del conocimiento de lo nuestro para entender lo universal, y no al contrario.

Asumió la dirección integral de la orquesta, promovió actividades de integración y logró cierta fraternidad en torno a esta empresa. El primer concierto lo realiza con gran despliegue. Se invitan personalidades de todos los campos y no se escatiman detalles, pues desde las tarjetas de invitación con ingeniosos elementos típicos hasta la “chicha” que se ofreció a los asistentes, tenían por objetivo reafirmar el espíritu tolimensista del evento. El nacimiento de esta Orquesta fue el 30 de noviembre de 1995.

La experiencia con la Orquesta de Cámara del Tolima fue muy significativa para Miguel Ángel, no sólo por el aspecto musical sino administrativa y empresarialmente, pues tuvo que enfrentarse con manejo de personal, negocios, contratos, etc., y además le surgió la necesidad de componer, un nuevo reto en su trabajo.

Luego de presentaciones en distintos escenarios, entre ellos el Teatro Libre de Bogotá, el Luis Carlos Galán de la Universidad Javeriana, la sala Alberto Castilla y otros, el 26 de mayo de 1997, en la sala Luis Ángel Arango, se da el último concierto, en medio de los aplausos y el reconocimiento de los asistentes, pues esta agrupación había cumplido su ciclo y se debían iniciar otros proyectos. La Orquesta de Cámara del Tolima, bajo su batuta, recibió una mención en el Concurso Mono Núñez, fue incluida en la antología que graba cada año el certamen y obtuvo el primer premio en el concurso organizado por el Instituto Municipal de Cultura en la ciudad de Ibagué.

Miguel Ángel se dedica a elaborar un proyecto al cual dedica sus mejores energías. Desafortunadamente no es aprobado por Colcultura y la decepción que recibió en aquel momento lo persigue aún, pues considera que este proyecto, pionero en su campo, debe realizarse algún día si queremos lograr nuestro propio sentido musical. A partir de distintas variaciones del porro La Múcura pueden lograrse aires de bambuco, cumbia, sanjuanero, pasillo, etc. A cada variación le hace un estudio rítmico, melódico, estructural de orquestación, armonía y forma musical, sistema que no existe en nuestro medio y que va acompañado de una cartilla que sirve de guía al profesor de música para que enseñe las características del ritmo y pueda mostrar los giros melódicos, la estructura y la base armónica.

Su producción musical es reducida. Tiene diez arreglos que han sido interpretados por sus orquestas. Ha creado tres o cuatro composiciones, una de las cuales, La suite Colombiana No 1 fue grabada en CD en el festival Mono Núñez. Otra es La múcura, tema y variaciones. En el concurso nacional organizado por el Distrito en 1996, obtuvo una mención de honor, ya que la composición estaba fuera de concurso en su categoría.

En el año de 1994 ganó la convocatoria de la OEA para directores jóvenes. El premio consistía en asistir a un Curso Interamericano realizado en Venezuela y dirigir en varias ciudades de ese país, actividad que repitió durante los años 95 y 96, tras lo cual la OEA suspendió el evento.

Para Miguel Ángel el violín lo es todo y por eso le dedica entre 8 y 10 horas diarias a su estudio, otras al aprendizaje de instrumentos como el piano y la guitarra. El quiere contradecir esa especie de dogma que circula entre los músicos y que dice que todo director es un intérprete frustrado de su instrumento, pero él demuestra lo contrario, porque le ha dedicado tanto tiempo que se da el lujo de ser invitado como solista a participar en conciertos en Bogotá, Barranquilla y otras ciudades.

Este músico que está convencido que en los bares y en la vida bohemia se han gestado grandes obras clásicas y populares, ha sabido combinar todas las músicas y no tiene ningún problema en dirigir una orquesta en un concierto convencional o interpretar baladas, porros, bambucos, tocando un bajo en una taberna ibaguereña.

Miguel Ángel cree que el título de ciudad musical que ostenta Ibagué ha sido obra del Conservatorio, pues a pesar de las crisis que ha superado, sigue siendo un importante centro musical en el contexto colombiano. Recuerda innumerables profesionales que han dejado muy en alto el prestigio de la institución y sin demasiada modestia, presiente que él será un maestro que logre descollar internacionalmente, como ahora lo hace, por ejemplo, su amigo Germán Gutiérrez, quien de alguna forma le ha servido de émulo en su ascenso.

Luego de obtener en la Universidad Javeriana, Summa Cum Laude, el título de Maestro en Música con énfais en violín y mención de honor, regresa a Ibagué a dirigir la Orquesta de Cámara del Conservatorio, la prejuvenil y la juvenil, con resultados sorprendentes, pues en unos cuantos meses logra posicionar estas orquestas en primerísimos planos, como en el concurso de Alfa, donde sus orquestas fueron seleccionadas, dos de ellas invitadas de honor, sin participar en las segundas eliminatorias dada la alta calidad manifestada en las audiciones realizadas. Tal hecho ha ubicado al Conservatorio como la primera institución musical del país, con más de doscientos cincuenta jóvenes participando en una muestra nacional en el Teatro Colón.

En 1998, Miguel Ángel Casas comienza a realizar lo que hasta el momento era un sueño: viajar a Berlín y hacer un posgrado en Dirección de Orquesta. El 9 de julio de 1999 lo consigue y Daniel Bareboim, uno de los directores más importantes del mundo, lo acepta como su discípulo. Pero lo consigue mediante una prueba de audición entre 18 europeos y un tolimense, pasando apenas tres, entre los que se encontraba. Este muchacho cuya infancia transcurrió en el barrio La Pola, pertenece a la Opera Estatal de Berlín, una de las mejores del mundo. Allí, su enriquecedora experiencia lo ha llevado a compartir el privilegio de vibrar con los ensayos y conciertos de grandes directores actuales.

De esta manera espera cumplir su sueño de dirigir orquestas internacionales, ilusión que comenzó a gestarse cuando era niño e iba todas las tardes de la mano de su madre a buscar a su hermano en el templo de la música, el Conservatorio.



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