ADALBERTO CARVAJALSALCEDO

 

Jalonar trascendentales cambios para la educación en el país como Presidente por más de una década de la Federación Colombiana de Educadores (FECODE), lo convirtieron, gracias al empleo de métodos entonces desconocidos y que terminaron siendo espectaculares, en el único caudillo que ha tenido el magisterio nacional a lo largo de su historia. Este legendario profesor, dirigente incomparable, prestigioso abogado laboralista y consagrado autor de libros sobre derecho del trabajo, logró, con un carácter recio e incorruptible, que más de 160 huelgas organizadas por él cambiaran a la fuerza el destino de los maestros de su patria.

Treinta y tres años como educador, desde maestro rural, escuelas de poblados y de la capital, la universidad, centros de enseñanza intermedia y de postgrado, le dieron la experiencia necesaria para conocer en carne propia los problemas de la docencia.

Catorce años de cátedra en la Universidad Libre lo llevaron a formar nuevos profesionales y crear una organización profesoral beligerante como para que lo despidieran 11 veces.

Lo mismo ocurriría en su papel de periodista en la emisora Todelar por organizar un sindicato con todos sus colegas. Continuaría con esa práctica de buscar la organización de los trabajadores y los empleados, tal como lo hizo con los del 5 y 6 en el Hipódromo de Techo o en la industria del cuero.

Por todo ello se ganó numerosos odios, entre ellos el de los dueños de establecimientos educativos no oficiales al dar marco al Sindicato Nacional de Educadores de Colegios Privados y la maledicencia de los dirigentes tradicionales de la U.T.C y la C.T.C. al contribuir a la formación de una nueva central obrera a partir de FECODE, la C.S.T.C. Pero ahí no para el cuento. Lo hizo con los toreros, con los pilotos de Avianca que presionaban trato justo en ceses escandalosos y millonarios, con padres de familia e incontables organizaciones de toda la república.

El 20 de marzo de 1936, en la tierra fría y entonces casi virgen del municipio de Roncesvalles, nace Adalberto Carvajal Salcedo. Su innata rebeldía era heredada. Su abuelo, Juan de la Cruz Salcedo, fue un altivo combatiente de la guerra de los mil días y su abuela una india rebelde llamada Cenona Romero. Su padre, menos fogoso, era un laborioso carpintero que construyó en madera casi todas las casas del poblado y de su matrimonio con Elvira nacieron once hijos, tres de los cuales murieron de tos ferina en sus primeros años cuando el boticario de la aldea les recetó un remedio equivocado.

Usó cachumbos rociados con aguapanela para conservarlos intactos y se echó los pantalones largos no cuando cumplió la mayoría de edad sino a los trece años, al llegar becado al colegio de San Simón para terminar secundaria.

Regresar al pueblo a contar asombrado las magias de la civilización, robar las hostias para cubrirlas con azúcar y saborear a escondidas los vinos consagrados en sus meses de cartero y acólito, colmaron su tiempo hasta que, por un aviso de oferta de becas en la escuela normal, aparecido en uno de los periódicos que dejaban a ruego los agentes viajeros, termina en el Guamo donde, a los 16 años, alcanza el título de normalista rural y es nombrado maestro de escuela en uno de los establecimientos del Líbano.

Allí empieza su larga carrera de contradictor al protestar porque el director obliga a una profesora embarazada a cumplir con tareas disciplinarias. Juega fútbol con los estudiantes y dimensiona, sin advertirlo, su papel de líder. Durante tres años, entre 1952 y 1954, permanece en el Líbano, funda una especie de Media Torta donde profesores y estudiantes, padres de familia y ciudadanos del común cantan, cuentan chistes o declaman y hasta hacen acrobacias deportivas.

Su salario, como el de todos los educadores, a falta de dinero en los estancos o expendios de licor donde se cancelaba, era pagado con un equivalente en botellas de aguardiente y por ello envía un recio comunicado de prensa al diario Tribuna de Ibagué que es destacado con titulares en primera página. Recuerda aún el miedo del pueblo a los pájaros que llenaron los dos cafés del pueblo gritando abajos a los collarejas.

A falta de libreta militar para posesionarse con un nombramiento en firme como director de las escuelas del Líbano, termina en el cuartel.

Hace parte del batallón Colombia que combatió en Corea y allí sus compañeros lo apodaron Chiquito y Gallo enano. Tras su experiencia de ocho meses como combatiente regresa al país y mata el tiempo jugando dados, poker y billar. Es designado luego profesor en un colegio particular de donde lo expulsan y entonces trabaja en un negocio de zapatería de nombre increíble: Clínica de calzado: urgencias y cuidados intensivos.

Desempolva tras un breve tiempo su título de normalista y consigue empleo como profesor. Estamos en 1959 y Adalberto Carvajal tiene 23 años. Durante once años pasa de una escuela a otra en Bogotá y gana algún dinero extra como periodista en la cadena Todelar.

Estas dos actividades le brindan una plataforma que, combinada con su acción sindical, lo llevan durante su gestión en la Asociación Distrital de Educadores (ADE) al momento crucial en que el presidente Alberto Lleras instala el 26 de marzo de 1959, en el teatro Colón, el Primer Congreso Nacional de la Federación Colombiana de Educadores (FECODE).

La primera etapa de la lucha inicial se centró en la obtención de mejores salarios. Carvajal plantea un nuevo lenguaje en un país bipartidista que poco a poco tuvo que ir entendiendo que había ahora otra política: la sindical. Concebir al maestro como conductor natural de la comunidad y señalar su liderazgo social y cultural, van otorgándole una vocería que llega a FECODE en 1962 cuando ésta era una extraña sigla que nadie entendía.

Se convierte en presidente de la Federación y mediante su verbo incendiario llegará a ser el primer caudillo del magisterio colombiano. Su elección es recibida con desfiles apoteósicos tanto en las capitales como en los más alejados lugares del país. Cumple un proceso unificador, puntualiza los problemas y reinvindicaciones del magisterio y en agotadoras pero fructíferas jornadas logra conquistas importantes.

El primer sindicato de profesores y maestros del Tolima había sido organizado en 1918 y a él le seguiría en 1929 la Asociación de Maestros de Colombia. Carvajal sabe que es preciso ampliar grandemente el radio de acción y a ello dedicará sus energías por esta época.

El aumento en los Departamentos de las plazas de maestros sin el respaldo presupuestal necesario, el atraso en el pago de salarios, el festín del clientelismo, dan lugar a un pliego de peticiones.

Mediante una hábil jugada se hizo aparecer, a través de marconis, el respaldo de 48 mil educadores al cese de actividades en Boyacá. Organiza revueltas, paros cívicos en diversos lugares del país y más de un centenar de huelgas del magisterio oficial.

Es una etapa concreta de acciones que marca a los maestros con el epíteto de ilegales pero que los aprestigia al punto de que el presidente de FECODE viaja invitado a países como México para participar en la Asamblea Mundial de Educadores donde denuncia el Concordato y proyecta la posición laica en toda América latina. Entre tanto siguen los paros y los maestros colombianos son objeto de destituciones, carcelazos y represión.

Las grandes marchas del silencio con toma final de la Plaza de Bolívar, de Bogotá, atiborrada por multitudinaria asistencia de maestros, suscitaban, por lo insólito, grandes titulares en los periódicos y el comentario ininterrumpido de locutores que multiplicaban de manera eficaz aquellas batallas ganadas sin disparar un solo tiro. A ello se agregan marchas de hambre rotatorias de 700 maestros frente a las gradas mismas del palacio de San Carlos y logran, por fin, atraer la mirada del país.

Fue una tarea ardua, signada por aguaceros que caen durante las marchas sin contemplación, por angustia y hambre, todo lo cual va templando el carácter de los luchadores que, como nueva estrategia, realizan alternados homenajes a los héroes de la independencia. Con coronas de laurel y discursos que terminaban en manifestación, se crea una atmósfera clara de rebeldía para exigir de los mandatarios seccionales el cumplimiento de los derechos adquiridos.

Las detenciones a Carvajal caían como la lluvia. Las maestras de Quibdó alumbraban su retrato para que saliera ileso, en Barranquilla montaban vallenatos-protesta en la calle de la penitenciaría y otras expresiones semejantes se daban en Bucaramanga y Cali o se concentraban los de Antioquia pidiendo su libertad de la cárcel de La Ladera desde donde enviaba comunicados, al tiempo que organizaba sindicato de presos, pidiendo, para entonces, rebaja y redención de penas con motivo de la llegada del Papa Paulo VI. Luego vino la invasión de iglesias, manifestaciones espectaculares, mítines, asambleas, movilización de otros sindicatos en solidaridad, reuniones de padres de familia, y al final se proyectó la imagen de FECODE como una aliada de las reivindicaciones populares.

Despertar la conciencia nacional en torno al problema de la educación, darle un salto cualitativo a la organización, conseguir la ampliación de cobertura y partidas presupuéstales hasta el punto de que el primer magistrado de la nación, el presidente Lleras Restrepo, declara el Plan de Emergencia Educativa, justificando las protestas, fueron puntos del parte de victoria que anunció como forjador de cambios en el sistema vigente.

A todo ello se llegó por medio de la acción decidida. Septiembre de 1966, por eso, será recordado como el de una hazaña del magisterio, cuando en treinta y tres días que duró la memorable marcha a pie desde Santa Marta hasta el palacio de San Carlos en Bogotá, tras haber recorrido 1.620 kilómetros los 86 caminantes que lograron terminarla - de 700 que iniciaron la admirable jornada -, se alcanzaron los objetivos propuestos. De ello son culpables en parte 60 maestras de varias edades, la solidaridad nacional e internacional, la consigna de no retroceder, no rendirse frente a la fatiga y el desaliento y los aplausos de la gente a lado y lado del camino o a la entrada de las poblaciones. Todo ayudó. Inclusive la presencia de un perro que se les unió y a quien llamaron Solidario.

Carvajal fue declarado por la prensa como la figura del día. La hazaña, transmitida por las emisoras como si se tratara de un evento ciclístico, el cubrimiento de la marcha por revistas como Time y Life, la novedad del evento, otorgaron a Carvajal y a FECODE la coronación de su sueño: ser oídos por el país, desde el presidente hasta el humilde vecino de cualquier lugar apartado.

Devorar kilómetros de carreteras polvorientas para compensarse apenas, a su llegada a los pueblos, con recepciones festivas, mensajes de aliento, comités de apoyo y serenatas, fueron los pasos iniciales. El natural desaliento fue mitigado por las alentadoras noticias de prensa y el mensaje de solidaridad que recibieron del mismo Presidente Carlos Lleras Restrepo.

Ser recibidos en Palacio, encontrar una multitudinaria manifestación de apoyo de la ciudadanía, tropezarse con la medida de destitución para el gobernador del Magdalena y su Secretaria de Educación que debían siete meses de salario a los educadores de este departamento y la convocatoria al Plan de Emergencia Educativa, el único que ha habido en el país, consagraban una lucha y compensaban cada paso.

En noviembre es reelegido presidente de FECODE y se dedica a organizar, para finales de 1967, el Primer Congreso Pedagógico, además de participar con la Confederación Mundial de Organizaciones Profesionales de la Enseñanza en su congreso mundial celebrado en Bogotá.

Al fondo del telón era fácil ver que con el plan de emergencia educativa el país empezaría a acostumbrarse a nuevas modalidades como la utilización al máximo de locales escolares, la implantación de las tres jornadas, la posibilidad de mayor empleo para centenares de normalistas y los primeros licenciados, la fundación de la escuela unitaria y, ante todo, la expedición del decreto ley 3157 de 1968 que creaba los Fondos Educativos Regionales (FER), los que terminaron con el empleo del dinero de los maestros en otras actividades.

En 1967 comienzan para Adalberto Carvajal sus viajes internacionales, con excepción de Estados Unidos donde le niegan la visa. Se consolida así el trabajo de un pensamiento y unas estrategias a través de miles de páginas en centenares de comunicados, se solidifica la unidad en cada congreso de FECODE y empieza el anhelo de participar en la vida pública a través de la política.

Por su decisión y la prestancia de su nombre, recibe ofrecimientos políticos de las más diversas organizaciones y partidos, incluyendo las de Pastrana Borrero y Belisario Betancur. Sin embargo, funda el Movimiento de Acción Educativa (MODAE), y a pesar de que cuenta con respaldo en otros departamentos su sentido terrígena se impone y se lanza a la Cámara de Representantes por el Tolima, perdiendo la curul por 83 votos.

En 1969 termina sus estudios de derecho y se gradúa el 26 de diciembre para dedicarse, tras la derrota electoral, a dictar clases en la universidad y ser asesor de FECODE, a cuya presidencia renuncia. La sombra de Carvajal despierta celos y envidia de parte de grupos políticos y posibles sucesores, impartiéndose la consigna de barrer su nombre, sea omitiéndolo o atacándolo cuando ya la condiciones de la lucha y los mismos temas cambiaban por razones dialécticas de rumbo.

En 1977, cuando FECODE cumple sus primeros 25 años, con 225 mil afiliados, y se constituye sin lugar a dudas como uno de los sindicatos más fuertes del país, la labor de Carvajal, para algunos nuevos dirigentes, debía opacarse. De todos modos quedaba difícil ocultar que su década había sido calificada por los analistas como el de las huelgas nacionales con progresiva concientización, lográndose justicieras consignas de tipo económico, organizacional y político

A partir de 1970 Adalberto Carvajal renunciaría definitivamente a FECODE para entregarse con su mismo irreversible entusiasmo a la lucha y militancia política, a la organización incansable de seminarios y a la cualificación de cuadros, descartando siempre la posibilidad de ir a la guerrilla, como lo asumieron otros dirigentes y a pesar de la marcada influencia que tuvieron en él amigos y compañeros de batalla como Camilo Torres, Monseñor Germán Guzmán Campos y Diego Montaña Cuellar, entre otros.

Adalberto Carvajal, igualmente, dirigió los periódicos Núcleo de Acción Social y Acción Educativa, de tan sólo doce números de permanencia, Ei Educador Colombiano, que sobrevivió inalterable a lo largo de cuatro años e Independencia Obrera, con 27 números, en una disciplinada aparición cada quince días con tiraje de 10 mil ejemplares.

Fuera de ello, en medios de comunicación, logró para FECODE un espacio de televisión en la cadena nacional que se transmitía a las 6 y 45 de la tarde.

En el campo bibliográfico han tenido resonado éxito sus libros Hacia un nuevo enfoque del derecho del trabajo, La reforma laboral democrática, Sobre principios extra y ultra petita en derecho de trabajo, Educadores frente a la Ley, que se convirtió en una biblia de obligada consulta para los maestros del país, con sucesivas ediciones, y Principios generales del derecho de trabajo, en preparación.

Este estupendo cocinero que logró destitución de gobernadores, la creación de los Fondos Educativos Regionales para que los funcionarios departamentales no le dieran destino distinto al dinero de los salarios del magisterio, el profesor universitario, miembro fundador de la Asociación de Abogados al servicio de los trabajadores, el intelectual y agitador de tiempo completo, dejó atrás su condición de víctima permanente de la represión, del bloqueo a sus teléfonos, purgas, intentos de asesinato, calumnias -fue acusado hasta de ser jefe de una banda de secuestradores- y continúa como un soñador de utopías prestando un servicio laboral inteligente a la causa de los desprotegidos.

En 1993, finalmente, lanzó su nombre como candidato al Senado de la República alcanzando miles de votos aunque no los suficientes para la dignidad parlamentaria. Y sigue ahí, siempre combatiendo, porque su verdadero destino ha sido y es la trinchera.



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