JOSÉ DE LA CRUZ CAÑÓN

Conversar con José de la Cruz Cañón sobre nuestra música es oírlo cantar palabra a palabra la historia grata, la melodía inacabable de un pueblo. José de la Cruz conversa cantando mientras recuerda el camino de su vida y marca compases con las manos al viento, entre arbustos y pájaros vespertinos al rumor de una caída de agua sobre un lago y el eco de unas guitarras que se escapa desde la rockola del salón Camacho Toscano en ese paraíso tan suyo, tan nuestro, que se inventó un día hace ya muchos años y que bautizó con el melódico nombre de Mi Botecito.

Cuando apenas tenía diez años, en una escuelita de Prado, al sur del Tolima, nació del pequeño compositor su primera canción, un bambuco ensoñador inspirado en el paisaje infantil de su terruño al que tituló En el valle del Tolima. En ese pedazo de tierra entre naranjales y muchachas morenas de belleza limpia nació el 13 de septiembre de 1932 en el hogar numeroso que había formado Miguel Antonio Cañón y María Dioselina Lozano y en el que José de La Cruz fue el segundo de sus diez hijos. Mientras crecía en Prado bajo ese cielo campesino, tuvo que abandonarlo un día e ir hacia la incertidumbre empujado por una violencia absurda que le empezaba a cicatrizar el alma a todos los colombianos. Desde 1948 desterraron a su familia hacia el Quindío.

En el pasaje del Viejo Caldas, entre cafetales y trapiches, platanales reverdecidos y fogones madrugadores, reafirmó su amor definitivo por la tierra y por esos hombres buenos que cargaban a la espalda sus canciones y sus esperanzas entre costales de cabuya; esa misma tierra donde volvió a nacer para regresar a los 20 años a su Tolima querido de la mano de Blanca Merle Vergara, su compañera de siempre.

En Ibagué, persiguiendo sus recuerdos campesinos, se instaló en el sector de San Jorge entre vacas y conejos, entre riachuelos y guitarras para sembrar sus recuerdos en ese paisaje que con el correr de los días se convertiría en su refugio, en la estancia de todos los tolimenses que querían escapar de la ruidosa ciudad que estaba creciendo. Allí, inspirado en el amor grande de su esposa, compuso A Solas, un hermoso y sentido bolero que traía entre versos desde Armenia.

Durante quince años, instalado en un local del centro de la ciudad, progresa con un almacén de electrodomésticos que sería el punto de partida de su actividad comercial, la misma que lo llevaría a ocupar importantes posiciones como directivo de Fenalco y la Cámara de Comercio de Ibagué y que lo hiciera destacar como el personaje del año de 1993 por el semanario Tolima 7 Días. Monta luego una distribuidora de la Fábrica de Licores del Tolima y por esos mismos años adquiere en Fresno una finca cafetera, Yarima, a la que le compone una nostálgica danza que lleva su nombre, en homenaje agradecido a ese universo campesino que siempre le alegra la existencia.

Resultado de la persistencia y de su amor por la música, fue la construcción, día a día, de la finca recreacional Mi Botecito, ese grato pedazo de tierra donde hizo levantar un monumento a Garzón y Collazos mirando quietos hacia la eternidad del paisaje del tiple y la guitarra. Allí puede verse un puñado de kioscos de guadua y esterilla bautizados con los nombres de Jorge Eliécer Barbosa, Enelia Cavides, Nicanor Velásquez, Cesáreo Rocha y Cantalicio Rojas; puden examinarse los salones José Ignacio Camacho Toscano, Silva y Villalba, Pedro J, Ramos o el “rincón pa´recordar”, mirando desde los helechos un lago donde crecen las mojarras y se balancean pequeños botes atracados en el embarcadero que da al kiosco de El Pescador, bajo una atarraya gigantesca que nos recuerda la subienda de Honda. Toda esta maravilla está entre macetas florecidas; estrechos corredores bajo un techo de arbustos y entre paredes invadidas por mosaicos de músicos colombianos escribiendo desde las fotografías las páginas felices de nuestra historia musical.

Pero ese amor por la música que siente José de La Cruz Cañón va más allá de las fronteras verdes de Mi Botecito. Musicólogo de fino oído, ha compartido sus veladas musicales con la complicidad de Los Panchos una noche en Armenia, con los Embajadores en Ibagué presentándolos en la Voz del Tolima o con los Hermanos Casallas alguna vez en Sutamarchán. Su amistad con los maestros Darío Garzón y Camacho Toscano propició la formación de Los cantores del Tolima, grupo de serenateros nocturnos que alcanzaron a sumar más de 50 intérpretes reunidos por el sueño de José de La Cruz de multiplicar nuestros aires musicales.

Sus composiciones, más de una veintena, han enriquecido el repertorio melódico del que los tolimenses nos sentimos tan orgullosos: El bambuco A mis canas, letra y música nacidas bajo un árbol de mango en Mi Botecito, por iniciativa del escritor tolimense Carlos Orlando Pardo, interpretado entre otros por Jairo Alberto y por el dueto Viejo Tolima grabado en su más reciente Larga Duración; el vals Soledad, grabados por los Yumbos del Ecuador; el bolero A tus ojos y el vals Camino al Botecito interpretados comercialmente por Jairo Alberto; el bolero A solas ; el bambuco Sembré un recuerdo y En el valle del Tolima, su primera creación musical; la danza de nostalgias Yarima o el pasillo Si estuvieras tú; melodía y poesía a flor de sentimiento que nos trae a la memoria los versos iniciales del bambuco A mis canas: “Las canas de mi cabeza/ están brotando a montón,/ reflejando sufrimientos/ que salen del corazón/”.

Cuando cae la tarde en Mi Botecito, José de La Cruz Cañón recuerda con nostalgia aquella mañana de sus siete años cuando fue escogido en Prado para cantarle al obispo; o aquella madrugada triste cuando llegó con más de treinta serenateros de Los cantores del Tolima a la sala Alberto Castilla del Conservatorio donde velaban al maestro y amigo José Ignacio Camacho Toscano, para decirle hasta luego con lágrimas en los ojos, entre tiples y guitarras.