JOSÉ IGNACIO CAMACHO TOSCANO

El “negro” José Ignacio Camacho Toscano nació en Tocaima el 16 de septiembre de 1926 y encajaba, dentro de lo signos zodiacales, como un verdadero escorpión por su entrega total a las empresas que emprendía. A pesar de su genio volátil en algunas ocasiones, era un ser maravilloso capaz de dar afecto y hacer muchos amigos y admiradores como en efecto los tuvo a lo largo de su fructífera existencia. Llegó muy joven a Ibagué donde estudió en el Conservatorio de Música, obteniendo su título en teoría, solfeo, armonía e historia de éste género, lo que hizo siempre con una devoción colindante con la mística.

Fue músico mayor de la banda del Batallón Rooke, donde, entre otros, estaba Isidro Reina Figueroa, fundador de la orquesta Chilo Rey. Fungió como dinámico e incomparable profesor de música de la Universidad del Tolima donde fundó los coros que la representaron en diversos eventos, realizando igual tarea en el colegio San Simón. Asesoró así mismo con su reconocido entusiasmo y maestría los coros del Conservatorio de Música y ejerció una legendaria tarea en su calidad de director de la Banda Departamental durante varios años. Con su batuta mágica se dieron centenares de conciertos tanto en los más alejados pueblos del Tolima como en diversos lugares de Colombia, presentando no sólo excelentes arreglos musicales sino realizando el montaje de cantidad de obras del folclor nacional y de los grandes maestros de la música universal.

En julio de 1982, pocos días antes de su muerte, el periodista Camilo Pérez Salamanca le hizo un extenso reportaje en donde afirmaba que Ibagué, como ciudad musical, debía tener dos grandes bandas: una departamental de música popular colombiana, difusora de los aires terrígenos con buena instrumentación y de 25 a 30 miembros y una segunda banda sinfónica con verdaderos maestros que tuvieran ensayos y estudios intensos para montar obras de la música del mundo. No fue partidario de convertir la banda departamental en sinfónica sino en una gran banda de música popular y que la creación de la sinfónica fuera pagada por la empresa privada y el gobierno departamental. Estuvo de acuerdo con el periodista en que la música del interior del país estaba estancada por la incapacidad de innovación y porque muchos de los letristas, no compositores, le seguían cantando al pasado cuando éste es ya un país urbano. Advertía que “el niño de un apartamento citadino no sabe qué es una luciérnaga, un boga, un champagne, la fonda y los arrieros. Hay que hablar de esas callejuelas sin fondo, de los ríos humanos que son las avenidas con personas despersonificadas”.

Salió de la dirección de la banda departamental y continuó en el Conservatorio, al que consideró siempre su segundo hogar. Bajo su dirección grabó la banda departamental su primer larga duración, que fue elogiado por el entonces presidente Carlos Lleras Restrepo, luego de la presentación que la banda realizó en el palacio de San Carlos.

En reportaje concedido al diario El Cronista en 1966, afirmó que estaba vacunado contra la vanidad, al preguntársele por los elogios del presidente Lleras y en verdad así era este hombre descomunal que parecía un prestidigitador con la batuta en la mano dirigiendo a veinte o treinta músicos en concierto.

Consideraba que la música de negros o afro-caribe en América era bastante innovadora desde la Guajira, el son o el huapango cubano, el regué San Andresano o jamaiquino, la samba brasilera, el merengue dominicano y hasta los distintos aires vallenatos. Negaba la existencia del término salsa ya que según él, era un acuñado publicitario de los gringos para vender y no para adecuar y que en la salsa, o en ese guiso, se incluía el danzón, la guacharaca, el son, el huaguango, el bolero, la guajira, el mambo, el merengue, el twist y otros ritmos negros.

José Ignacio Camacho Toscano legó a sus hijos Florentino y Germán el amor por la música y la responsabilidad de continuar creando, impulsando, arreglando y proyectando la música que tanto amó.

Llegó a Ibagué a los quince años, se casó y aquí nacieron sus hijos Florentino, Germán y Luz Marina. Aquí amó, construyó su patrimonio, hizo entrañables amigos, cantó, compuso sus canciones, enseñó y dirigió las bandas, aquí se hizo y de aquí partió para siempre en el mes de julio de 1982 cuando estaba en lo mejor de su producción musical.

Dijo también, en el reportaje a Camilo Pérez Salamanca, que la única vez que le vio una sonrisa gigante parecida a una carcajada al expresidente Carlos Lleras Restrepo, fue en el concierto del Teatro Colón, donde la banda del Tolima interpretó música de Cantalicio Rojas, Alberto Castilla y la fantasía Ambalá y en donde aplaudieron de pie por más de diez minutos los asistentes a un escenario donde pocos logran presentarse y menos triunfar.

Viajó con los coros del Tolima por Ecuador, Venezuela y Estados Unidos y presentó la banda en varios programas de televisión.

Entre sus composiciones figuran: El opita, bambuco; María Jesús, bolero moruno; Victoria Eugenia, marcha; Invitación, torbellino; El paisa y A unos ojos, pasillos; Los andantes fúnebres, A mi madre, A mi hijo, la fantasía Ambalá y el mosaico musical sobre veintiocho temas de diferentes regiones del país. Fue, además, fundador de la agrupación musical Orfeón Popular.