MUJERES DE OTRO DIA

 

Estas mujeres fueron bellas;

en las orillas de su alma

anchos paisajes balancearon

su ardor de inéditas distancias.

Eran como tierras sin nombre

en espera de ser llamadas,

llenas de palmeras fragantes

que vibraron al sol como las arpas.

La brisa errátil de los trópicos

les despeinaba las miradas

dispersas hacia el horizonte

como un rebaño de cabras.

Su cuerpo tenso como un arco

se erguía sobre la esperanza

lleno de intenso temblor

de flecha no disparada

y todas se iban apagando,

esperando al que no llegaba.

Estas mujeres fueron bellas

y había una que yo amaba.

Yo tenía siete años dulces

como el corazón de la caña.

Senos morenos como nísperos,

ojos de estrella y voz de agua,

ella ardía como una esencia

esperando al que no llegaba.

Yo tenía siete años dulces

y aún no tenía sino alma,

y la veía consumirse

mientras mi instinto se alargaba.

Un día yo tuve veinte años,

llenas de fuerza las entrañas

y corrí loco tras la estrella

de aquel mito de mi infancia;

ya tenía instinto y deseo:

podía ser el que no llegaba.

Llegué cuando ya se caían

como sauces sus miradas,

cuando sus cabellos barrían

las cenizas de la esperanza

que volaban sobre los ojos

en un lento otoño de lágrimas.

Estas mujeres fueron bellas

y envejecieron como ramas

que se acortaron para la hoguera

que ha de hacer la vida más clara.

Hoy yo tengo veinte años fuertes

como banderas desplegadas,

hoy ya mi instinto y mi deseo

se erigen al sol como lanzas

y cuando paso, esas mujeres

que fueron bellas en mi infancia,

murmuran resignadamente:

así era el que no llegaba.