LA NIÑA SIN SOMBRA

 

Ella se quería casar

pero no la quiso nadie.

Tenía senos de amapola

recién salidos del aire;

tenía los brazos delgados

como la voz de los ángeles;

las piernas girando siempre

falsa canción de compases;

el vientre y el corazón

en desacuerdo constante.

 

La niña no tenía sombra,

por eso no la amó nadie.

Porque los mosos del pueblo

comentaban: ¿qué te haces

con una niña que no

tiene sombra para el aire?

¿Quién cuidará nuestro amor

si su sombra vigilante

no está en los altos rincones

contando rubios collares

de besos de madrugada

con un fugaz desenlace?

¿Cómo gritarle que viene

el viento azul saltimbanqui

para robarle la sombra

como una hoja de sauce?

Cómo amarla si no tiene

sombra verde, tierna, suave,

furtiva, alegre, profunda,

que la confunda con nadie,

o para poder decir:

me ha sido fiel y constante

pues su sombra iba con ella

y ella no puede faltarle?

 

-¿Por qué no me diste sombra, madre?

¿Por qué me ataste a los pies

esta luz siempre brillante

que me ha borrado la sombra

transparente, pura, frágil?

Madre, yo me mataré

para tener un cadáver.

Un cadáver y una sombra

¿no serán lo mismo, madre?

Madre, yo me casaré;

irá todo el pueblo al baile.

Entre el gentío no se nota

que no tengo sombra, madre.

Madre: si no tengo sombra,

¿no es lo mismo tener árboles?

-Las preguntas arrugaban

las mejillas de la madre-

-Préstame tu sombra, brisa

destrenzada en los palmares.

-No, que tengo que llevar

los pájaros emigrantes.

 

-Préstame tu sombra, agua

de largo y oculto cauce.

-No, que tengo que llevar

los peces de ojos volantes.

-Préstame tu sombra, cielo

de verdes nubes rodantes.

-No, que tengo que llevar

el agua en flor de los mares.

 

-Ay,

que me voy a matar, madre!

 

Sobre la arena la hallaron

sonriente, feliz, errante,

con la raíz de su sueño

en las estrellas fugaces,

las pupilas ahuecadas

de luces en espirales,

a su pie estaba amarrada

la sombra de su cadáver.

 

¿El cadáver de su sombra?...

Eso no lo supo nadie.