ANTONIOCAMACHO RUGELES

 

La novia que se quedó esperándolo en un esquina del centro de Bogotá; el padre que celebró uno de sus últimos cumpleaños sin su presencia; la casilla del apartado aéreo abierta y con las llaves colgando de la pequeña chapa; su cédula de ciudadanía y el pasaporte sobre una diminuta mesa y hasta su inseparable cepillo de dientes que echaba siempre en el bolsillo de su camisa cuando viajaba, todo, absolutamente todo siguió a la espera de Antonio Camacho Rugeles desde ese l6 de julio de l985, último día en que tuvo contacto con el mundo, antes de ser un nombre más en la interminable lista de desaparecidos de este país.

Antonio Camacho Rugeles nace en Ibagué el l2 de mayo de l945. Estudia en la escuela Murillo Toro en el centro de la ciudad. Inicia estudios de bachillerato en San Simón, pero por su actitud siempre contestataria lo expulsan y viene a terminarlo en un colegio nocturno. Ingresa a la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del Tolima y trabaja como profesor allí mismo hasta el año de l978, cuando deciden cerrarla.

La vida de Antonio oscila entre la poesía, la pintura y el teatro. En sus comienzos se abraza al nadaismo como un náufrago que requiere compañía para encarar su lucha de Quijote a favor de los desvalidos, pero se aleja pronto de ellos cuando descubre su actitud reaccionaria y se refugia en la pintura. Los momentos que se estaban viviendo, hacen que el teatro se difunda más como vehículo ideológico de las distintas corrientes políticas, por eso Camacho crea su grupo en la universidad y convierte los espacios del centro educativo en un escenario donde da rienda a la confrontación de tesis a costa de los valores estéticos.

Antonio lleva aún más lejos su propuesta: se va a los barrios y a los pueblos a representar sus propios libretos. En el sur del departamento, recuerda Jaime Mejia, representan un conflicto de tierras y él hace de terrateniente con tal patetismo que un campesino del público intenta agredirle por creerlo de verdad tal. En otra ocasión montan una versión de la pasión de Cristo y esta vez es el centurión romano el que debe correr porque el público intentó lincharlo por sus latigazos al Señor. Los espectadores celebran el realismo, pero el cura los tilda de blasfemos.

Y por blasfemo y otros pecados fue excomulgado al presentar la obra La orgía, de Enrique Buenaventura. El obispo de aquella época consideró que Antonio era el mismo demonio que venía a tentar las almas de los ibaguereños y a incitarlos al pecado. A pesar de que la obra obtuviera un gran reconocimiento en la ciudad de Manizales en el I Festival Internacional de Teatro Universitario, con elogiosos comentarios en el diario La Patria y en la revista Cromos, los inquisidores de Ibaguñe la vetaron para el Teatro Tolima y se presentó en las calles, plazas y parques de la ciudad.

Antonio amó el amor antes que a las mujeres. Ellas, como puertos donde se arriba transitoriamente, fueron pasando en su recorrido vital. Dos hijas, Solvioleta y Zuriubeth, condensan esas experiencias de quien encontró que a veces las pasiones de la vida, se vuelven irreconciliables con el ideal que se persigue.

En los inicios del Camacho pintor figuraba el óleo como técnica predominante, unos rostros ceñidos al academicismo y unas abstracciones tímidas, pero pronto viene la ruptura con estos postulados y entiende que sus afanes por denunciar la situación social del país, los sueños frustrados y las vidas cercenadas, pueden perpetuarse a travÉs de la pintura y, sobre todo, mediante un expresionismo vibrante, casi hiriente para el espectador.

El poeta francés Remy Durand, a quien Antonio le ilustró su libro Chiliades, publicado por la editorial Saint Germain des Pres, en París, dice del trabajo de Camacho que “utiliza una técnica difícil que crea un código, donde cada signo se encuentra cargado de significado aclarado por el sentido general de la obra y el blanco que enfoca el pintor y el poeta”.

Antonio funde el bodegón con el paisaje, no sólo como la forma irónica de asumir una temática, sino tambiñen como el hallazgo de maneras tradicionales que, al unirse, adquieren una dimensión distinta. El equilibrio del bodegón se rompe, se funde con el follaje y la fruta se libera como un satélite que navega en los espacios. Pero ese bodegón itinerante se amarra a la serenidad del paisaje insinuado y las dos piezas giran ante los ojos del espectador como el fluir de formas imprecisas que dejan una estela rojiza que a veces obnubila.

Antonio jamás ejercitó la genuflexión, por importantes que fueran sus interlocutores. Aunque casi siempre vestía de manera informal, en algunas ocasiones le seguía el juego a lo convencional y se acicalaba como un niño obediente, sólo que, con ciertos movimientos, sus contertulios se percataban que usaba como cinturón un lazo, un cordel o simplemente una cabuya. Así se burlaba sin proferir una sola palabra contra quienes valoran a los hombres por las apariencias físicas y no por sus ideas.

Antonio, sin abandonar completamente el teatro, se centra en su actividad pictórica, se dedica a bocetar en cualquier parte y en cualquier material, la servilleta, la hoja de cuaderno, el periódico, etc. Realiza exposiciones en Medellín, Envigado y en la Universidad Pedagógica, sus obras pasan a formar parte de colecciones privadas en Suecia, Francia, Suiza, Alemania, España, México, Cuba, Estados Unidos y Canadá.

En los momentos de su desaparición preparaba una exhibición en gran formato que quedó trunca. Sin embargo, sus familiares y amigos se dieron a la tarea de reivindicar su nombre y programaron una retrospectiva en el Instituto Municipal de Cultura de Ibagué en l986. Este mismo año la galería Viva el Arte realiza una muestra en la gobernación del Tolima. Sus cuadros se incluyen en exposiciones colectivas en l987 y en l994. En el año 9l se realiza una exposición de gran formato en Viva el Arte.

Su hermana Gloria y su compañero Miguel, desarrollan el proyecto de la Casa Teatro Antonio Camacho, donde está expuesta permanentemente parte de su obra y se continúa con el trabajo teatral que iniciara en la década de los sesenta, como el mejor homenaje que se le puede hacer a la memoria de un hombre que hizo de su paso por la vida un diario batallar en favor de los desposeidos y que dejó su impronta, no sólo en los escenarios y lienzos, sino también en varios libros que están inéditos y que, a pesar de ello, levantan su voz para inundar de sueños los espacios donde él actuó.

En el año l994 se realizó con el patrocinio de la Universidad Nacional un documental titulado Decidimos no esperar más, en el cual se presenta su periplo por distintos espacios, se entrevista a sus amigos de toda la vida y se reconstruyen sus pasos en todos los escenarios donde convivió, siempre protestando, siempre irreverente, siempre anarquista y siempre sensible ante las expresiones artísticas.

Antonio, viajero por México, Alemania, Francia, Ecuador y España, soñador, luchador incansable y dueño de tantas otras virtudes, se perdió una tarde en el laberinto de la ciudad. Ya no lo esperamos más, oscuros rostros empujaron su cuerpo y se llevaron su morral lleno de pinceles y poemas y decidieron hacerlo desaparecer para que no importunara el canto del cisne con sus graznidos premonitorios, pero como siempre sus verdugos jamás pensaron que su ejemplo seguiría repitiéndose en otros hombres y que su memoria se convertiría en el boceto que siguen pintando otras manos, llenas, como las de él, de sueños y esperanzas.

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