PEPE CÁCERES

 

En 1956, Pepe Cáceres se preparaba en la plaza de Sevilla para recibir el doctorado taurino de manos de Antonio Bienvenida, con José María Martorrell como testigo, mientras en los corrales de La Maestranza 6 toros de los Buendía esperaban al novillero hispanoamericano con mayor cartel del momento.

Nadie sabe en qué pensaba José Eslava mientras se colocaba el traje de luces ese 30 de septiembre de 1956. Quizá recordó el momento en que vio su primera corrida en Bogotá con los Dominguín y Belmonte y quedó enamorado de la arena, los pañuelos blancos y la fiesta brava, o si el recuerdo de sus padres Clementina y Carlos, que le vieron nacer en Honda el 16 de marzo de 1935, dominaron en forma completa su mente. De lo que sí están seguros quienes presenciaron el momento, es que pisó la arena con el pie derecho y con una sonrisa que parecía no iba a borrarse nunca de su rostro.

La infancia de Pepe Cáceres es quizá como la de cualquiera de los muchachos de Honda que por aquel tiempo repartían sus horas entre la escuela y el balón de fútbol. Pero fue en una de sus muchas correrías por las haciendas de Honda que Pepe comenzaría a cobrar cariño por la fiesta brava cuando, con su camisilla amarrada a un palo, intentaba hacer embestir las vaquillas y becerros criollos que pastaban bajo el ardiente sol del norte del Tolima.

Desde los 14 años, después de presenciar la citada corrida en Bogotá, Pepe Cáceres comienza sus andanzas con Alberto Bernal, Gallito, por pueblos del Quindío, hasta que decide radicarse en Manizales donde realiza modestos oficios que alterna con algunas actuaciones en la placita de toros del batallón Ayacucho y en festivales diversos con vaquillas de Félix Rodríguez quien, junto a Melanio Murillo, lo guió en su kinder taurino. Era la época en que nunca imaginó convertirse en uno de los toreros más importantes del mundo, cuando el nombre de Joselito Eslava no significaba nada en el ambiente taurino y cuando sus elegantes quites aún no eran imitados por cientos de toreros.

En 1952 debuta como novillero y son los ganaderos quienes lo bautizan con el nombre que llevaría hasta su muerte: Pepe Cáceres. Afínales de ese mismo año, el primero de noviembre, realiza su primera presentación en Bogotá con novillos de La Chamba de Carlos Villaveces a los que corta dos orejas y rabo y comienza a convertirse en el novillero más importante del país.

Gracias al apoyo del empresario Antonio Reyes, Nacional, viaja a España bajo la tutela del apoderado don Andrés Gago y comienza su temporada el 10 de abril de 1955, participando en diez novilladas en España y cuatro en Portugal hasta tomar la alternativa en la feria de San Miguel, con el toro Secretario. Aunque dio vuelta al ruedo, no cortó oreja por estoque: su mayor debilidad a lo largo de una carrera que le dio las mayores satisfacciones de su vida.

El 20 de enero de 1957 debuta en Colombia en la feria de Manizales con poca suerte. La prensa de la época precisó que «... dejó impresión de inseguridad y falta de madurez lo que le costó un aviso de la presidencia». La revancha le llegó en 1958, cuando regresa a la capital caldense y gana por primera vez el trofeo Réplica de la Catedral que obtendrá en cinco ocasiones.

Para los inicios de la década de los sesenta, Pepe Cáceres realiza ocho presentaciones en tierras aztecas en las plazas de Cuatro Caminos y la Monumental de México, que le valieron siete orejas y doce vueltas al ruedo, aunque recibió una grave cornada en la plaza de Laredo.

Durante más de ocho años, Pepe Cáceres no se separa de su espada ni de su traje de luces hasta 1967, un viernes 27 de enero, cuando intentó abandonar el arte taurino. En su segundo ejemplar, perteneciente a la ganadería de Vistahermosa, recibe una injusta bronca al fallar con la espada; ofuscado, tiró el estoque y se arrancó la coleta indicando su adiós definitivo. Mientras se sentaba en el estribo, su enemigo regresaba vivo a los corrales. Poco apoco, se fue creando una reacción a su favor que se convirtió en ovación cuando se anunció que Lyda Zamora, su novia, regalaba el séptimo toro. Una faena de apoteosis. Cortó dos orejas, salió en hombros y continuó en el toreo.

Sería justamente ese carácter temperamental una de las causas de deserción de la gran diversidad de empresarios que acompañaron a Pepe Cáceres durante su larga profesión. Melanio Murillo, Antonio Reyes, Nacional, don Andrés Gago, don Domingo González, Dominguín, Domingo González Lucas y su representante en México, Rafael Báez, todos fueron sus apoderados y tuvieron, cada cual a su modo y en su época, una notable influencia en la personalidad del diestro colombiano.

Como registra su biógrafo Ramón Ospina Marulanda, muchas veces actuó como único matador en Manizales, Armero y otras plazas, pero la más importante fue el 27 de septiembre de 1981 en Bogotá, al celebrar sus Bodas de Plata profesionales, cuando mató seis toros de diferentes ganaderías, dio cinco vueltas al ruedo y salió de la plaza en hombros. Para esta época ya contaba con 48 años.

Cáceres crea su propia ganadería en tierras del departamento de Sucre para luego trasladarla a Anaime, una población del Tolima, al lado de otra propiedad de José Joaquín Quintero, su amigo entrañable de toda la vida. Realizó cruces con nuevos sementales, adquirió un toro de Piedras Negras, indultado en Cali, importó vaquillas y sementales de Joaquín Buendía y construyó una excelente plaza de tienta que estrenó el 16 de marzo de 1987.

Casi tres años después, el 20 de julio de 1987, con 38 años de profesión, Pepe Cáceres se encontraba en la plaza de toros de La Pradera, en Sogamoso, esperando los toros de la ganadería de San Esteban de Ovejas. La decisión de quitarse la coleta en enero de 1988 ya era inaplazable, pero la tarde del 20 de julio tenía un sino trágico. Monín, uno de los toros cuyo nombre no será olvidado nunca en la historia del toreo, ocasionó una cornada mortal al torero colombiano más grande de la época. Después de 17 cornadas sufridas a lo largo de toda su carrera, esta última sería la causante de una insuficiencia respiratoria aguda que lo lleva a la muerte el 16 de agosto del mismo año a las siete de la mañana, luego de cientos de horas en donde el coraje era lo único que lo mantenía vivo.

La prensa despliega grandes titulares y mensajes de todo el mundo llegan a sus familiares. El ambiente taurino se viste de luto. Cientos de toreros realizan homenajes y en diversas plazas los minutos de silencio son adornados con pañuelos blancos que recuerdan a un hombre que vistió de gala las arenas de Latinoamérica y España y que fue un maestro en el manejo del capote aunque nunca tuvo suerte con la espada.

Hizo famoso un lance que realizaba con arte y belleza para llevar los toros al caballo y que los críticos taurinos bautizaron con el nombre de la Cacerina, practicado en la actualidad por muchos diestros españoles.

Con Olga Lucía Botero, su primera esposa, quien fuera soberana nacional del bambuco y Reina de Reinas, tuvo dos hijos: Adriana, prestigiosa presentadora de televisión y Francisco; Lyda Zamora, la famosa cantante, fue su segunda mujer y Olga Lucía Vélez, su última esposa, le dio al torero tres hijos: Natacha, Manuela y Sebastián, quienes llenaron la vida amorosa de Pepe Cáceres, un espada que sacrificó gran parte de su vida familiar para entregarse de tiempo completo al arte taurino.

Para 1987, Cáceres había inaugurado 7 plazas: la de Quito en 1960, la de Sogamoso en 1968, la de El Líbano, en donde recibió un homenaje de sus coterráneos, en 1978, Ventaquemada en 1980, Calarcá en 1981, Ibagué en 1984 y Florencia en 1985. Todas guardan aún en su arena el alma de un torero completo, desde la montera a las zapatillas.

Ahora, cuando sus cenizas ya deben formar parte de la arena en donde residen los grandes toreros, miles de pañuelos blancos, banderillas, capotes y espadas rinden homenaje a un hombre tolimense que hizo del toreo su religión.

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