OSCAR BUENAVENTURA
Este gran tolimense que llevó el nombre de su ciudad por reconocidos salones del mundo, triunfó en varios escenarios de Europa, fue aplaudido en los teatros de Nueva York y Boston, figura entre los personajes de tres famosas historias de la música latinoamericana. Pertenece a una familia de tradición por estos lugares y su madre fue profesora, compositora e intérprete de piano. Estudió en prestigiosas academias de música en el exterior y contabiliza - mostrando viejos programas-, más de un centenar de conciertos. Vivió duras horas de soledad frente a la indiferencia de sus coterráneos en una vetusta casona en Chicoral. Allí, en un viejo baúl color caoba cubierto por telarañas, reposaban docenas y docenas de partituras inéditas. Supo desde siempre, que el sueño es un acto poético involuntario para dejarse llevar por el remolino de sonidos de los pentagramas. La música fue su mujer, el piano de mentiras su ángel de la guarda y la pobreza su hermana mayor. Con el viejo bastón, la pañoleta rodeando su cuello, la desleída elegancia de su traje antiguo, las buenas maneras, una voz de locutor de antaño y unos anteojos gruesos, se le recuerda en Ibagué. Un día pensó que de las dificultades nacen los milagros, pero éstos jamás llegaron a tocar a su puerta. Sus favores para contribuir a que Ibagué continuara llamándose pomposamente la Ciudad Musical de Colombia envejecieron pronto y, alguna vez, la hermosa apariencia que tiene la falsedad, logró llevarlo a recibir una condecoración. Todos, aplaudiendo, parecían extenderle un paz y salvo a sus conciencias. Y regresó al olvido, ese lánguido territorio donde recibió la compañía fiel de un gato y varios perros, y en donde también, con la misma emoción que realizaba venias para agradecer las ovaciones de escenarios atiborrados de público, ensayaba a diario, con pasmosa disciplina, los conciertos nunca programados y que seguro jamás dieron más allá de su febril imaginación de poeta de la música.
Allí se encontraba cuando sus admiradores recordaron que el domingo 16 de mayo de 1993 cumplía sus primeros cincuenta años de brillante vida artística. Entonces celebraron sus Bodas de Oro evocando cómo su primer concierto lo ofreció en vivo y en directo por la Radiodifusora Nacional de Colombia y conmemoraron esa fecha. La Biblioteca Darío Echandía, del Banco de la República, sirvió de escenario para que sus seguidores pudieran escucharlo frente al piano.
El compositor, director y pianista, artista por vocación, hizo sus estudios primarios en el colegio San Luis Gonzaga y los de bachillerato en el colegio Tolimense de Ibagué. Se inició a tierna edad en los conocimientos musicales con sus padres, los de piano con su progenitora, Isabel Buenaventura de Buenaventura, conocida pedagoga, concertista y compositora, continuándolos en el Conservatorio de Música del Tolima para convertirse, después, por su talento, en el pianista principal de la Orquesta Sinfónica de la misma entidad durante dos años exitosos.
Viajó a los Estados Unidos en busca de la especialización que en efecto hizo en la Eastman Scholl of Music de la Universidad de Rochester en Nueva York y en el Berkshire Music Center con grandes maestros de fama universal. Allí habría de recibir composición con Aaron Copland, dirección de orquesta con Sergei Koussewitzki y dirección de coros con Robert Shaw.
Estudiar piano en Nueva York, realizar cursos de perfeccionamiento con Arthur Schnabel y avanzar en la Manhattan Scholl of Music, le fueron dando la aureola necesaria para ser invitado a conciertos en las principales ciudades de los Estados Unidos, Canadá, Holanda, México y Colombia. La ovación grande llegó al obtener el Primer Premio Internacional en el Festival Berkshire de Tanglewood y un nuevo Primer Premio Internacional en el Festival de San Francisco en California.
Oscar Buenaventura actuó como solista de las principales Orquestas Sinfónicas de los Estados Unidos y el Canadá, permaneciendo durante varios meses en ciudad de México, en 1949, donde realizó intensas investigaciones folclóricas y numerosos conciertos auspiciado por el embajador colombiano Luis Eduardo Nieto Calderón en una muestra de acercamiento cultural entre los dos países.
Ya había ganado, en 1944, el Premio Ezequiel Bernal del Conservatorio Nacional de Bogotá para el concurso de una obra sinfónica con su famoso ballet Goranchacha que gira alrededor de temas y ritmos colombianos. Este trabajo, realizado en conjunto con la escritora Luz Stella cuando el maestro Buenaventura ejerciera en su condición de director de la banda departamental, fue estrenado en el Teatro Tolima con estrepitosas ovaciones.
A lo largo de su vida fue un agitador permanente de las actividades musicales y es así cómo, en 1961, funda el Club de Estudiantes Cantores de la Universidad del Tolima, en 1965 la Coral Sittelecom, en el mismo año la Coral del Centro Colombo-Americano y la Coral Telepostal de Bogotá, para terminar haciendo su propia agrupación en 1967.
En su trayectoria se encuentra ser miembro fundador del Consejo Nacional de Música de Colombia, miembro del Departamento de Composición del Berkshire Music Center de Tanglewood y la International Piano Teacher’s Association de Nueva York.
Otro reconocimiento a sus condiciones lo obtuvo en 1966 al ser declarado fuera de concurso en el suceso realizado para compositores y pianistas por la Extensión Cultural de Cundinamarca, evento que fue transmitido a través de la Televisora Nacional de Colombia.
Oscar Buenaventura es autor de composiciones del género sinfónico para banda, corales, vocales, piano de cámara y grupos instrumentales. Parte de su obra ha sido interpretada en diversos lugares del mundo y él pudo escuchar orgulloso algunas ejecuciones cuando fuera Director Asistente de la Orquesta Sinfónica de la Eastmann Scholl of Music durante dos años, bajo la supervisión del consagrado maestro Howard Hanson.
Trabajó en su Colección Coral Colombia que reúne las más representativas composiciones folclóricas de cada departamento, laborando su estructura de manera universal para que sirvan de difusión cultural al país en todas las organizaciones corales del mundo.
La crítica no le ha sido esquiva. Andrés Pardo Tovar lo calificó, en su época, como “el primer compositor y pianista joven de este país”; Otto de Greiff, en el diario El Tiempo, como “exquisito compositor” y la revista Semana lo situó “entre los más grandes pianistas”. No pararon ahí los elogios. El New York Times dijo de él que constituía una “figura brillante entre los más jóvenes compositores del Nuevo Continente”,
The Boston Globe se atrevió a declarar que “desde el gran Rachmaninoff no escuchábamos un artista tan extraordinario” y The Washington Post afirmó que “de excelsa sensibilidad artística y gran poderío técnico, Mr. Buenaventura, tanto como compositor o como pianista, ocupa un lugar privilegiado en la música.”
Finalmente, y con justicia, Augusto Trujillo Muñoz, quien realizara un larga duración con sus obras, escribió que “el maestro Buenaventura demuestra una vez más su condición de compositor y pianista de primer orden y reitera con autoridad para Ibagué el título de Ciudad Musical de Colombia”.
La música que ha compuesto sobre temas tolimenses, como dice Polidoro Villa, “ha logrado recoger todo el sentimiento y esencia de un departamento pletórico de leyendas, paisajes y sensibilidad musical. Para componer temas como Combeima no necesitó estar frente al río que lo inspiró porque si bien es cierto lo hizo cuando joven en Estados Unidos, a su memoria, sumida en el mundo de las corcheas, semifusas, redondas, llegó como suave melodía el rumor de su cauce.”
Hasta el día de su muerte, el piano del maestro Buenaventura estuvo ubicado en un largo corredor de su casa solariega en Chicoral. Curioso resultaba a los escasos visitantes encontrar allí, dibujado en tintas blanca y negra, con milimetría, el teclado del instrumento sobre la madera. Nunca nadie, sabiéndolo, realizó acción alguna para que el maestro de maestros tuviera un piano real en esa estancia de la soledad y la vejez. Sobre la madera ensayaba a diario preparando sus obras u oyéndolas imaginariamente, mientras uno de sus gatos se enseñoreaba en lo que pudiera ser la cola. La madurez plena saltaba de sus dedos que seguían moviéndose para no endurecer, hasta abril del 2000 cuando su piano improvisado dejó de sonar para siempre.
En el año 1995 Pijao Editores lo seleccionó como uno de los Protagonistas del Tolima Siglo XX.