LEONOR BUENAVENTURA DE VALENCIA

Sus canciones pertenecen al patrimonio espiritual del Tolima y desde los infantes en las aulas escolares hasta los viejos en sus momentos de remanso, no sólo las saben de memoria y las interpretan con aire de alegría sino, como no ocurre con todos los compositores, saben quién es su autora. Por ella, una figura tierna de alma delicada, salen siempre a relucir el entusiasmo por su obra y el respeto reverencial por su existencia. Por algo ha sido llamada la Novia de Ibagué y no existe acto musical de importancia donde no sea el centro y el símbolo que enorgullece a sus coterráneos. Más esa disciplina y ese sitial de honor en virtud a la calidad de sus composiciones no ha sido el producto de la improvisación sino del estudio y los genes que vienen de sus antepasados.

Fue su bisabuelo un astrónomo calificado que escribió novelas como El ángel del bosque, El viajero novicio y Los embozados; su tío, el general Nicolás Torres Guerra, un patricio ibaguereño; sus primos, dos importantes intelectuales, autores de libros que despertaron valiosos conceptos de plumas de América Latina, al tiempo que fundaron revistas literarias a comienzos de siglo y lo que hoy es el Teatro Tolima, al que traían las mejores compañías.

De aquel ambiente familiar, la música le llegó de parte y parte, encantándose desde niña por su disposición y amor a ella, mientras escuchaba en las tertulias de su casa las historias de su abuelo, José Joaquín de Buenaventura, hermano de Nicolás María, ambos perseguidos por Sámano y convertidos, gracias a sus acciones, en próceres de la independencia. Lucharon al lado del Libertador Simón Bolívar en todas las campañas del sur. De esta sangre procedían, igualmente, dos hermanos dominicos que en Zipaquirá auxiliaban con vigor a los patriotas. A su familia le quedó la satisfacción de sus hazañas y el recuerdo macabro de que a los monjes los descuartizaron en dos mulas. A todo esto se suma el fusilamiento de su tío Nicolás en el parque Santander a cuya memoria se erigió un busto en el parque de Los Mártires de la capital de la república.

Evoca la compositora de qué manera, por familia, se supo cómo el mártir cantaba y tocaba la guitarra con una legendaria maestría, al igual que su padre, el menor de 32 hermanos, la mitad del primer matrimonio y el resto del segundo. Cuando todos se reunían, porque a nadie le gustaba comer frío, eran necesarias dos cocinas. Fue Juan Nepomuceno Buenaventura, su progenitor, un destacado coronel del ejército al que le gustaba viajar al departamento del Valle, donde vivió su abuelo, acomodado inmigrante de Europa, procedente de Sicilia cuando era de España y que llegada la independencia lo entregó todo de buena gana por su causa. Se casó el militar el 24 de junio de 1912, para unas fiestas del San Juan, con María Esther Torres Vargas y del matrimonio hubo siete hijos. María Esther murió a los 41 años.

La hija de Juan Nepomuceno y María Esther nació en Ibagué el 10 de mayo de 1914, ciudad en la que inicia su primaria. Pronto pasa a realizar estudios musicales en el Conservatorio. Su primera profesora en piano, teoría y solfeo durante tres años, fue la compositora Isabel Buenaventura de Buenaventura, madre del maestro Oscar y esposa de un virtuoso violinista. El oído fino, la facilidad para pescar al vuelo todas las melodías, le dieron seguridad para empezar a cantar, desde los cinco años, a la entrada de la gobernación. Sus actuaciones se realizaban antes de las retretas de la banda, los martes y los jueves, dirigidas entonces por los maestros Castilla y Quesada. De su casa con preciosos limoneros, patio grande y horno, fue trasladada a Bogotá para que estudiara con las hermanas de La Presentación, donde hace su bachillerato. De regreso a Ibagué, tras estudiar intensamente, se hace profesora del Conservatorio. Allí dirigió los coros infantiles, enseñó piano complementario, fue jefe de sopranos y, como era natural, formó parte de los Coros del Tolima. Con ellos, cosechando triunfos, viajó en varias ocasiones por Europa, Cuba, Nicaragua y los Estados Unidos.

Durante 37 años, sin interrupciones, permaneció enseñando con decidida vocación y entrega mientras que a la par iban apareciendo sus canciones. La primera de ellas, quizá su más famosa pieza, Ibaguereña, la compuso como homenaje a una hermana muerta a los 20 años -se llevaban apenas quince meses- en Manizales, donde vivía la autora con su esposo. Se había casado cumplidos diez y nueve con un tenor, solista del conservatorio y de voz privilegiada, que tenía en esa ciudad a sus padres. La noticia del fallecimiento de su hermana en forma prematura le dejó no sólo un hondo sentimiento de tristeza que le duró muchos años, sino también la resolución de no dejarla morir del todo. Entonces la pintó en esa canción. Después colocaría música a poemas de Emilio Rico para seguir con otras composiciones basadas tanto en vivencias personales como de personas queridas.

Su obra, de la que existe un precioso álbum de canciones infantiles publicado por la Biblioteca Darío Echandía del Banco de la República, alcanza por lo menos el número de 80. Desde el principio salió al aire un larga duración con doce piezas prensadas por Dago Internacional, con quien firmó un contrato para ser autora exclusiva. El consagrado dueto de Néstor Guarín y Jorge Arias tuvo a su cargo la interpretación y Adriano Tribín Piedrahita, fundador y organizador del Festival Folclórico Colombiano, lo entregó como regalo a las delegaciones procedentes de muchas partes de la patria. Corría la tercera versión de aquellas festividades que trajeron a Ibagué entusiasmo y cordialidad en tiempos de la violencia partidista y aquel disco, Festival de Colombia -, sonó con gran estruendo reproduciendo sus pasillos, bambucos, sanjuaneros y guabinas. Muchos recordaron entonces que antes, grabada por el sello Vergara y cantada por Garzón y Collazos, la Ibaguereña había ya ganado numerosos adeptos.

Pronto recibió cartas de las hermanitas Pérez, el trío Colombia y otros conjuntos consagrados pidiendo sus trabajos. Sin embargo, el famoso contrato con la casa Dago le impidió sus deseos. De todos modos, a través del correo de las brujas, la disquera misma y muchos admiradores, a Estados Unidos, España y muchos países de habla hispana llegaron sus obras.

Han sido muchos y valiosos los intérpretes de sus inspiraciones. Ahí está sonando todavía con empuje su porro a Ibagué que internacionalizaran Lucho Bermúdez y Matilde Díaz y no menos las que interpretaran Garzón y Collazos, Silva y Villalba, los coros del Tolima, Helenita Vargas, Los Calimas, del Valle, el dueto Viejo Tolima, Los Inolvidables, grupos de Armenia y las dirigidas por el maestro César Augusto Zambrano. En 1939 alcanzó el Premio de Música Nacional con su ya inolvidable canción Yo vide unos ojos negros, concurso realizado en el marco de la tercera feria de Manizales. Vendrían otros seis concursos de importancia, puestos de honor en diversas convocatorias y finalmente el ejercicio como jurado. En 1968, en el Festival Nacional de Música Colombiana José A. Morales, con su sanjuanero La guerrillera obtendría nueva consagración.

Cuarenta y cinco canciones infantiles, una misa miniatura, una mini zarzuela, La hormiguita colorada, que ha sido presentada con rotunda consagración en el Conservatorio de Música bajo la dirección de su hija Norma, con su coro, solistas y danzas, dos fábulas cantadas, La Gallinita y Mi madrina Juana, cuatro cuentos, un rajaleña, El gato con botas, cinco villancicos, la marcha El ratoncito Juan, poemas que reposan en el anonimato, música religiosa, conforman parte de su trabajo. Para los niños, especialmente y con marcada devoción, realiza una tarea en donde los temas de su interés, sus vivencias, sus juegos, las cosas del colegio y en general el mundo de los párvulos, se encuentra retratado. Consciente de que se les puede educar por medio de las canciones, fábulas y cuentos, contribuye a hacer aún más hermosa aquella trascendental etapa de la vida.

Una mujer como Leonor Buenaventura de Valencia, hermosa por dentro y por fuera, despertó en autores y compositores el inaplazable anhelo de un homenaje. Es así como intelectuales de la talla de Arturo Camacho Ramírez, por ejemplo, escribieron poemas para ella. La niña de los dos océanos que inmortalizara el piedracielista tolimense y al que la artista le colocara música de guabina, por pedido suyo, circula por las emisoras y conciertos. Otros homenajes no se han hecho esperar. El Conservatorio, reconociendo a una alumna destacada del maestro Castilla, su fundador, exaltó su dedicación a la música, el amor con que estudió, su elevada inspiración y su contribución valiosa al acervo musical del Tolima. Quien honró y honra al maestro - según reza un pergamino - al conservatorio del cual ha sido inteligente colaboradora, por la dignidad de su vida y la entrega al arte, no podía esperar menos. Recomendar su edificante conducta y su valiosa obra como ejemplo para profesores y estudiantes era la conclusión del tributo donde los coros interpretaron sus mejores canciones. La Sociedad de Autores y Compositores de Colombia (SAYCO), la Defensa Civil Colombiana, institución a la cual compuso su himno, el Instituto Tolimense de Cultura y el III Festival de Festivales hicieron lo propio en reconocimiento a toda una vida dedicada a la música popular y tradicional del país. Y, por supuesto, la alcaldía de su ciudad natal, Ibagué, donde tres burgomaestres han tenido ese tino. Fue condecorada con la orden Ciudad Musical de Colombia, entregada a quienes exaltan el prestigio de la capital en los planos nacional e internacional; distinguida con la presea Galardón Musical en el Meta, en fin, lo merecido y alcanzado por una digna representante de una raza que ama, escribe y siente la música que lleva en el corazón para darle a sus compatriotas alegría. No existe acto cultural importante al que no se vincule su nombre y hasta en el Concurso Polifónico Internacional se le rinde tributo. Sus tres hijos, Héctor Valencia, ingeniero; Norma, de una sensibilidad artística bien heredada y un manejo de maestra elocuente al dirigir las danzas infantiles y Stella, con una hija ya compositora, redondean el panorama familiar. Vive para ellos, para su tierra y su gente por la que demuestra un amor entrañable. Pero lo hace vitalmente rodeada de las fotos de sus antepasados, de su piano que no deja de sonar, de las personas que tararean sus boleros Quién iba a pensar, Yo sé que volverás, Dime la verdad, Añoranza, No quiero amarte más y Si crees que yo te he olvidado.

Todas sus obras, con muy pocas excepciones, llevan su letra y música, salvo la de Camacho Ramírez; Roberto Torres Vargas, su tío, con Oración de la brisa; Tolima mío, de Héctor Villegas; el pasillo Encuentro de la poetisa, de Gloria Isaacs, biznieta del autor de la afamada novela María y , de Cecilia de Robledo. Se le ve amar la música, el agua y los árboles, pasear una sencillez extraordinaria, manifestar su amor a Dios y admirar a San Francisco de Asís, jamás expresar un ápice de odio por nadie y seguir encontrando que, como afirma Polidoro Villa, feliz responsable de su libro de canciones infantiles, en su música se sintetizan el encanto de la tierra tolimense y el exultante amor de sus habitantes por la naturaleza, por las tradiciones y por la expresión musical que es, por antonomasia, el alma misma de la región.

Siempre al lado de su esposo Gonzalo Valencia, ya agobiado por los años, con el gusto de quien ama la vida y el arte, continúa en el barrio tradicional de La Pola arrancando melodías a su viejo piano. La novia de Ibagué muere en la capital musical el 2 de junio de 2007

En el año 1995 Pijao Editores la seleccionó como uno de los Protagonistas del Tolima Siglo XX

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