MANUEL ANTONIO BONILLA


A pesar de haber nacido en la Victoria, municipio del Valle, el 21 de junio de 1872, el connotado gramático y académico pasó la mayor parte de su existencia en el Tolima, tierra a la que llegó en 1904 para ocupar el cargo de Visitador o Inspector escolar, reemplazando en aquella ocasión a José Eustasio Rivera.

Más de 40 años por estos lugares lo encariñaron con una atmósfera y una gente que lo vio cumplir su misión educativa como Inspector y Rector del colegio San Simón durante una larga década, así como en su condición de Director de Educación del Tolima, nombre dado entonces a la Secretaría de este ramo.

Su prestigio llevó al poeta Guillermo Valencia a pedirle en varias ocasiones que se fuera a Popayán para dirigir la Universidad, sin que lo tentaran los honores, las nuevas responsabilidades y un estadio cultural que lo haría sentirse, a lo mejor, con un ambiente cultural propicio. Se quedó en el departamento de sus querencias dirigiendo revistas corno Tropical, Arte y Tolima, tribunas de la inteligencia con criterio universal, en las cuales publicaron sus primeros trabajos futuras importantes plumas del país como Barba Jacob o escritores ya consagrados como Miguel de Unamuno.

Aquí, entonces, da comienzo a su voluminosa obra crítica, literaria, académica y gramatical, mientras crecen sus siete hijos, entre ellos Luis Ernesto Bonilla, después médico y musicólogo que alcanzó gran prestigio en la música clásica, Manuel Antonio, Matoño para sus amigos, igualmente médico, poeta, caricaturista y músico y Jorge, vinculado al diario El Tiempo como corrector de estilo desde hace más de 30 años.

Los estudios universitarios de sus hijos lo conducen a radicarse en Bogotá donde juega ya el periodista su papel protagonice. Laboró durante años en EI Nuevo Tiempo y El Debate, fue redactor de El Orden y La Nación, así como colaborador en Hispania, Unión Iberoamericana, Unidad, Gil Blas y El Tiempo. También escribe para Cromos y El Gráfico, actividad que combina con la docencia como profesor de castellano y francés en la Escuela Militar.

Políticamente toma partido defendiendo a Pedro Nel Ospina y Marco Fidel Suárez en los editoriales y reemplazando en la dirección de El Nuevo Tiempo a Ismael Enrique Arciniegas, que se va a París. Entre tanto, enamorado sólo de las ideas y del arte, arrastra una pobreza franciscana hasta cuando es llamado por el gobernador del Tolima, a la sazón Luis María Reina, para que se desempeñe como Director de Instrucción Pública. Terminado el encargo, que cumple con indeclinable devoción, se vincula otra vez al colegio San Simón como profesor y vive allí en una de las habitaciones destinadas a los docentes, bajo la rectoría del poeta Aurelio Martínez Mutis.

La simbiosis del intelectual de comienzos de siglo se daba cita en una personalidad como la del maestro Manuel Antonio Bonilla quien, además de parlamentario, actuó como periodista, académico, educador, poeta, crítico literario, ensayista y traductor, gramático muy calificado y estudioso de grandes disciplinas.

Muchas fueron las distinciones y premios obtenidos en su dedicada trayectoria, alcanzando en una oportunidad un triunfo literario sobre José Eustasio Rivera, quien entonces vivía en Ibagué. En 1910 con su Canto a la raza y Canto a España, ganó elogios de Miguel de Unamuno.

Tras regresar a Bogotá dirigió la página literaria del diario El Siglo donde recordaban no sólo su militancia sino las columnas en que, bajo el título Sueños de Luciano Pulgar, don Marco Fidel Suárez reconocía al maestro como su único defensor. Terminado allí su contrato por razones económicas, Eduardo Santos lo acoge en el diario El Tiempo donde inicia su columna Apuntaciones del lenguaje, que mantuvo por muchos años.

La correspondencia que sostuvo con grandes personalidades de la época, Rufino José Cuervo en París, José Enrique Rodó en Montevideo, José Vicente Concha, Guillermo Valencia, Ricardo Arenales - seudónimo entonces de Porfirio Barba Jacob quien en 1908 vivía en Monterrey - y Miguel Abadía Méndez, por ejemplo, dan la medida de la atención que suscitaban sus escritos y revistas en los centros culturales de España y América Latina.

En agosto 26 de 1933, don Antonio Gómez Restrepo, Secretario Perpetuo de la Academia Colombiana de la Lengua, le comunica que por unanimidad ha sido designado Miembro Correspondiente de la entidad y ya en noviembre 21 de 1940 es aceptado en su condición de Miembro de Número.

Sus polémicas con el padre Félix Restrepo, de la Universidad Javeriana, los reconocimientos permanentes de Baldomero Sanín Cano, las frases consagratorias de Fabio Lozano Torrijos, Cornelio Hispano, Eduardo Castillo, Jorge Eliécer Gaitán y la Real Academia de la Lengua así como misivas elogiosas del propio rey de España, se suman al reconocimiento que por su tarea intelectual mereció el hijo de Néstor Bonilla y María de los Dolores Rebellón.

Ya para febrero 28 de 1893, a los 21 años, tenía terminado su primer libro, Apuntaciones Gramaticales, que en hermosa caligrafía daba cuenta didáctica del conocimiento básico y siempre necesario sobre el tema. Esta obra iniciática ofrece la medida de lo que irían a ser sus trabajos. En Ibagué, en octubre 15 de 1906, apareció la Revista de Instrucción Pública, publicación oficial en donde da a conocer sus colaboraciones iniciales que le otorgarán resonancia primero en la región y luego en todo el continente. Cuando se vincula, ya la revista iba por su tercera época y en el número 79 critica nada menos que a don Andrés Bello, en curiosos e interesantes debates que siempre ganaría.

A partir de 1907 publica la revista Tropical, un medio de literatura, arte y ciencias que surgía como un hálito refrescante en el Ibagué de comienzos de siglo. Al repasar sus páginas se encuentran colaboraciones de Roberto y Eduardo Torres Vargas - intelectuales que fundarían lo que es hoy el Teatro Tolima -, Antonio Rocha, quien más adelante sería Ministro de Educación, rector universitario y autor de textos jurídicos, Jorge Bayona Posada, Ricardo Nieto, Fidel Cano, Adolfo León Gómez, Alberto Castilla, Enrique Alvarez Henao y un considerable contingente de escritores, los más destacados de aquel tiempo. Conocidas fueron sus traducciones de La balada del céfiro, de Zamacois, Las estrellas, de Daudet, Miguel Ángel, de Barbier y Lo que se oye en las cimas, de Víctor Hugo.

En 1910, con motivo del primer centenario de la Independencia de España, abren un concurso en donde Carolina Velásquez obtuvo el tercer premio, José Eustasio Rivera el segundo y él el galardón. Con su Oda a España, dedicada a Unamuno, logra que las virtudes de la lengua y la cultura tengan su monumento.

El 29 de mayo de 1912 es requerido para ofrecer ilustraciones sobre algunas dudas gramaticales que le plantea Miguel Abadía Méndez. El futuro presidente de la república, entonces Ministro de Educación, en la nota que al respecto le envía, se disculpa por haber creído en la falsa información de que el maestro dejaba la rectoría del colegio San Simón y haber estado a punto de designarle reemplazo.

Como era de usanza por aquellos días no se libró de firmar con seudónimo, utilizando varios en su laborar periodístico y poético que pronto se olvidaron. No pasó igual con los trabajos publicados bajo su firma, a saber: Don Antonio Gómez Restrepo y su obra literaria, La lengua patria, Caro y su obra, que alcanza el Premio Academia Colombiana de la Lengua en 1912, a más de estudios titulados José Eustasio Rivera, Cervantes y su obra, Cuervo juzgado por sabios y literatos y Ensayo sobre la gramática de don Andrés Bello con el que obtiene el Premio de la Academia de la Lengua venezolana. También hicieron carrera sus Lecciones de gramática práctica, La palabra viva, Apuntaciones sobre el lenguaje, Orientaciones literarias y Castellano sintético. A su muerte, acaecida en Bogotá el 7 de abril de 1949. quedaron inéditas Apuntaciones sobre la historia de la literatura, Correcciones y notas de lenguaje, Ensayo sobre estilo, En el tricentenario de Cervantes, En el centenario de Caldas y Brochazos y juicios sobre Idola Fori.

Cada cierto tiempo, luego de su muerte, no faltaron las buenas intenciones de parlamentarios, diputados y concejales que en honor a la justicia de un batallador del idioma, hicieran expedir resoluciones, acuerdos, leyes y ordenanzas rindiendo honores a su nombre y su obra, ordenando la erección de bustos, la publicación de sus libros, bautizando colegios con su nombre, iniciativas que invariablemente quedaron reposando en el olvido de los viejos anaqueles donde duermen inconsultos todos los papeles oficiales. Sólo durante muchos lustros, en el colegio de San Simón, la Academia Manuel Antonio Bonilla sirvió de templo para que se formara buena parte de los hoy escritores y hombres públicos del departamento,