BERNABÉ BOLAÑOS GÓNGORA

on patillas anchas y bigote espeso, su vestido de charro bordado y el sombrero de lujo, Bernabé Bolaños Góngora tiene toda la estampa de un cantor mejicano. Pero no sólo eso. Con su voz sentimental y el sabor de los grandes de la tierra azteca, este hijo de Ambalema que nació en 1953, tiene una fuerza interpretativa como para ser, con justicia, un ídolo de su región. No existe en todos aquellos lugares cálidos una sola fiesta que se respete si no es con el acompañamiento de su garganta poderosa y su música ranchera. La gente del pueblo y los encopetados se adornan siempre con El Norteño, como se le conoce y como va sonando poco a poco a través de su primer larga duración titulado Mi padre, editado en 1997 con obras del conocido intérprete Arnulfo Moreno, integrante del dueto Los Inolvidables.

En su oficio como funcionario de una empresa que financia a los agricultores, tiene el rostro del ejecutivo y lejos está de comportarse como el agraciado cantante que sonríe ante los aplausos entusiasmados de sus seguidores. Tal vez fue siempre así porque desde los tiempos de su primaria en la escuela Nicanor Velásquez Ortiz ya recibía satisfacciones por presentarse ante sus condiscípulos y mucho más al ser descubierto por Cristina Rojas quien organizaba asistidas y famosas veladas en su pueblo natal.

En ese tablado que patrocinara el párroco y protector de Ambalema a lo largo de muchísimos años, el padre Faustino Rubiano, tuvo Bernabé Bolaños sus primeras presentaciones ante un público amplio que le pedía exigente que repitiera sus canciones. Esa etapa de intérprete en el Teatro Sereno, junto a la casa cural, acompañado de músicos profesionales, le abrió las puertas como para ser invitado a Pajonales, al núcleo escolar y a todas y cada una de las veredas donde su fama llegó de boca en boca en medio del júbilo de sus coterráneos. Serenatas, presentaciones y generosas propinas cuando la plata valía, como afirma, le dejaron la sensación de que esa podría ser una opción de vida y la acarició por muchos años a la espera de la gran oportunidad.

La música mejicana comenzó a escucharla bajo el ambiente de su casa porque los fines de semana, su padre, para darse el descanso tras largas jornadas de trabajo, se metía en sus ritmos y en sus letras bajo el sol de Ambalema, la brisa del río grande y el sabor a aguardiente y a parranda. En aquella antigua radiola Philips ubicada como una reina en la sala, escuchó las primeras composiciones de José Alfredo Jiménez que con el correr de los años se convertiría en su ídolo sin que nadie lo haya destronado de su alma.

Atrás quedó su niñez en Popayán donde participó en sendos programas infantiles en radio Guadalajara y La voz de Occidente llamando la atención por la medida y la sonoridad de su voz hasta ser catalogado El Ruiseñor del Tolima. En 1968 se instaló con su familia en Bogotá donde sintió el temor del frío que le caló los huesos y que, sólo gracias a sus amistades del colegio, lo pudo calmar jugando billar por largas horas, fumando cigarrillo y tomando cerveza, todo lo cual le dejó apenas la amargura de la pérdida del año.

Si bien era cierto que se le aparecían los recuerdos de las películas mexicanas que proyectaba su tío en Ambalema, aquella música comenzó a ser olvidada como también sus éxitos en las presentaciones del colegio Egidio Ponce donde hizo algunos años de su bachillerato. Al frente le quedaba el anhelo de interpretar la música de los años sesenta cuando el furor de la llamada Nueva Ola se metía en los poros de la juventud. Baladas y en parte boleros conformaron parte de su repertorio como para ser escuchado, pero rechazado en el concurso La nueva estrella de las canciones en La voz del Tolima porque no cantaba bambucos, aunque sí ganarse un primer premio en radio Bucarica de Bucaramanga cuando su padre se instaló con él por razones de oficio en la ciudad de los parques. Allí empezó a sentir el estímulo y se presentó más adelante en Cali donde participó de la larga fila de aspirantes a estar en el escenario de radio Sutatenza sin alcanzar el éxito.

Comenzó luego a cantar con pistas, a saber que era en la música ranchera donde podía alcanzar mayores logros y a lanzarse con su primer larga duración que lo tiene, por fin, al borde de ser, como lo merecen sus condiciones artísticas, un ídolo popular nacido de la entraña del pueblo.