FABIO ARTUNDUAGA OSPINA

Cuando Fabio se enteró de que el presidente Salvador Allende visitaría Bogotá, comprendió que su oportunidad había llegado y que debía realizar un esfuerzo para proyectar su obra al extranjero y, ¿por qué no?, realizar su sueño de viajar fuera del país. Alistó su equipo de fotografía y se trasladó al Líbano en busca de una estatua de piedra que le había hecho a Bolívar. No la encontró en el rincón de la librería donde la había visto la última vez. Alguien le dijo que estaba adornando la entrada de un colegio. Una vez rescatada, se dio a la tarea de retocarla. Cuando la juzgó decorosa contrató un vehículo para que la llevara a la embajada chilena en Bogotá.

Fabio Artunduaga imaginaba el apretón de manos del propio Allende, la franca sonrisa al ver la obra que debían sostener cuatro auxiliares y el aplauso de los asistentes por el generoso desprendimiento de un artista local. Jamás se imaginó que las cosas del protocolo se ensañaran para impedirle dar un regalo a ese presidente que él admiraba tanto. Fueron infructuosas sus súplicas, nadie se condolió de su espíritu americanista y finalmente una tarde se enteró de que Allende había partido. Como el único acto de protesta que podía expresar, Artunduaga dejó la estatua en un salón de la embajada, cumpliendo a medias su deseo de pasearla por el exterior.

A Casabianca llegó un hombre diestro en los oficios del rebusque, entró a trabajar en una finca cafetera y pronto estuvo desarmando máquinas despulpadoras y reparando los artefactos dañados. En los tiempos libres se dedicaba a esculpir sobre piedras o a moldear en arcilla figuras de personas. Una vez realizó una pequeña obra maestra, el busto de su patrón, quien al verse tan parecido lo llevó a Manizales para que aprendiera con los maestros de este arte, residenciados allí. Después de dos años regresó a pintar unas imágenes de la iglesia del pueblo y allí conoció a una muchacha y se casó. De esta unión, un 14 de abril de 1931, nacería Fabio Artunduaga Ospina, quien habría de continuar el trabajo escultórico de su padre.

Su progenitor murió muy joven, a los treinta y tres años, luego de haber elaborado una serie de estatuas, entre ellas los ángeles del cementerio de Villahermosa donde había ido a parar con su familia. Contaba Fabio con diez años cuando su madre se casó de nuevo, él se independizó para trabajar como mandadero del colegio del pueblo, panadero y otros oficios que desembocaron en esa hereditaria profesión de esculpir, esta vez las lápidas del cementerio.

Viajó a Bogotá muy joven y se dedicó a aprender el arte de la fotografía durante cinco años. Llegó a manejar todas las técnicas como las de retocado, restauración, hacer estudios e incursionó también en la reportería gráfica. Encontró a un señor que practicaba una extraña simbiosis entre escultura y fotografía y en la que las imágenes retocadas hacían parte de la talla de madera.

Ese espíritu de querer aprender todo, lo llevó a iniciarse en las artes gráficas. Laboró en empresas importantes de la capital de la república, viajó a Medellín, aprendió muy bien la fotomecánica y demás procesos para la impresión de textos. En este trabajo permanece por unos diez años. Un día cualquiera decide salir a trabajar con un hermano que recorre todos los villorrios y pueblos del sur del Tolima, ofreciendo sus trabajos de fotografía, ampliaciones y retoques que llaman la atención.

Su recorrido por las veredas y caseríos le permitió escuchar las historias interminables del mohán, la patasola y muchas otras leyendas. Aprende de los patriarcas el respeto por la figura legendaria del Mohán y comienza a imaginarse la fisonomía de este personaje. Un día cualquiera amasa un pedazo de arcilla y comienza a moldear una figura que materializará las miles de historias orales que en torno a esta leyenda rueda por los pueblos.

Hace más de treinta años esculpe imágenes de el Mohán, y una de ellas, de gran tamaño, se ubica inicialmente en la plaza de Bolívar del Espinal. Una polémica se abre con el también maestro Gonzalo Sánchez, quien exige la paternidad de la figura y el pleito pasa a los juzgados.

En alguna ocasión intentaron arrancar el Mohán de su sitio ante las peticiones de un grupo de personas que vivían alrededor del parque y sentían fuerzas satánicas en torno a la figura de concreto. El pueblo defendió esta representación y pasó a formar parte del Parque Mitológico del Espinal, donde con el tiempo colocó las figuras de Las lavanderas y otros personajes del imaginario popular.

Aparte de su labor como escultor, Fabio Artunduaga Ospina se asoma al pentagrama y se inclina por la composición. Su primera obra la hace a los dieciocho años, cuando era cliente consuetudinario de un pequeño café de la capital.

Aprendió a tocar el tiple, la bandola y la guitarra y participó en algunos duetos y conjuntos que desaparecieron pronto. Recuerda especialmente una breve temporada con el “Negro” Daniel, un destacado músico del Espinal que se abrió paso gracias al virtuosismo e impecable ejecución de los instrumentos

Hizo parte de estudiantinas y coros. Recuerda especialmente el Coro Polifónico del Espinal, dirigido por el maestro César Augusto Zambrano. Aunque no ha sido un músico dedicado a su oficio, sí considera que tiene facultades para el rasgueo del tiple, como lo han manifestado varios consagrados intérpretes de este instrumento.

Estuvo muy cerca del trío Los Carlos y uno de ellos, Carlos García, le entregó varias letras para que les pusiera música. Así surgieron bambucos como Muchachita idolatrada que resultó ganadora en un Festival del Bunde realizado en el Espinal. Posteriormente compuso Rompieron las tradiciones, bambuco que fue interpretado por Daniel y Robinson, quienes conquistaron con él, el segundo premio en otro festival del Bunde. Su última participación en este certamen le permitió obtener un tercer lugar con una canción suya interpretada por los Los tres Carlos.

La primera grabación que se hace de una obra suya es un larga duración de Los tres Carlos, quienes incluyen los temas Ibagué, flor de mi tierra, Muchachita idolatrada y Prado, cielo y agua. La última se volvió muy popular en esta población porque hace referencia a su paisaje, espacios y actividades. Otras composiciones que también han sido grabadas son El pescador feliz, los paseos La leyenda del mohán y La leyenda de la patasola, estas dos últimas interpretadas por Los diez del pentagrama. La Banda Departamental también tiene en su repertorio obras de Artunduaga, sobre todo de música instrumental como el pasodoble Pepe Cáceres.

Un balance de la obra musical de Fabio Artunduaga fija el número de sus canciones en un centenar, debidamente terminadas, doce de ellas instrumentales y ocho grabadas por dos agrupaciones musicales.

Dentro de su concepción lúdica de la música, Fabio Artunduaga ha estado ensayando un género jocoso bautizado por él como “Descomposiciones”, que son obras de algunos autores con trayectoria a las que somete a alteraciones paródicas para lograr cierto efecto humorístico. Un ejemplo de estas transformaciones morfológicas, sintácticas y semánticas que conservan el ritmo, es la siguiente versión de Los guaduales:

 

Guandan, guandan los llorales

alma porque también tienen

llorando también los he visto

tardes cuando los estremece

el viento en los entrevalles

 

Con la cantidad de leyendas que recopiló a su paso por los pueblos del sur, configuró un libro con el título de Mitología y leyendas del Tolima, el cual ha tenido alguna difusión entre los lectores amantes de las cosas del terruño y en estudiantes que consultan sobre la tradición oral. Está a la espera de una segunda edición aumentada y con ilustraciones a color.

Su vida está signada por la rutina. Dedica algunas horas a interpretar la bandola o el tiple, otro espacio a revolver cemento y darle forma a ese ser fantasmal que copa su atención, el Mohán. Cuando se está acabando el día, el maestro se enfrenta con el aliento de la ciudad, se desplaza desde su modesta habitación y llega religiosamente al café El Patio, donde encuentra una silla esperándolo frente a un tablero de ajedrez. Cuando regresa a su buhardilla, sale a recibirlo la figura silenciosa y concentrada del Mohán que está en todos los anaqueles de la pieza, unas fotos que muestran momentos trascendentales de su vida y pequeñas esculturas, entre ellas la réplica de La Madre de Agua que se erigió como uno de los monumentos de grandes proporciones en el Parque Recreativo y Folclórico de Girardot.