AURORA ARBELÁEZ DE NAVARRO

Natagaima se blasona de ser epicentro de los movimientos musicales folclóricos más auténticos del Tolima. Blasón que al mirar la hoja de vida de Aurora Arbeláez encuentra plena justificación. Sus cañas, bambucos y pasillos constituyen a su manera la historia de los estados de ánimo de su rincón nativo, que la vio nacer un 24 de mayo de 1929.

Cuando muchos factores convergen para que se desdibuje la silueta de la propia identidad regional, cuando la fuerza de los mercados transnacionales imponen ritmos que enajenan el oído nativo y un extrañamiento vertiginoso agrieta la integridad cultural de las diferentes regiones, afortunadamente surgen en el escenario vernáculo existencias como la de Aurora Arbeláez para reivindicar la voz propia y el sentir autóctono.

Dos obras de esta compositora nuestra, Fiesta de cosecha, caña, y Matachín, bambuco fiestero, marcan una impronta en el panorama cultural surtolimense. Primero porque la caña de esta autora recrea las normas o hábitos rítmicos heredados de Cantalicio Rojas, si bien esa recreación es todavía elemental. Y segundo, porque este bambuco fiestero, junto con otros de su propia cosecha, lentamente se han venido constituyendo en una muestra de las urgencias expresivas populares. Los meandros profundos de la propia interioridad constituyen la fuente natural de los cantores terrígenas. Y ese es el caso de Aurora Arbeláez de Navarro. La orden de Pacandé, que le fue otorgada en junio de 1982 por la municipalidad de Natagaima, refleja sencillamente el reconocimiento de sus gentes a esas fuentes naturales de su inspiración. Es que la caña recuerda de muchas maneras la cotidianidad de la vida áspera y ruda del pescador ribereño. La caña de Aurora Arbeláez no se limita a recordar sino que, con los procedimientos mágicos del goce estético-musical, exorciza la aspereza de los sufrimientos recordados y exalta y eleva simbólicamente esa cotidianidad. Los golpes laterales secos de la tambora, por ejemplo, sugieren a cada instante el golpe del canalete contra el borde de la canoa, la caída de los plomos del chile contra el fondo de la barcaza y así en lo sucesivo del ritmo.

Aurora Arbeláez, que en la intimidad de la familia gusta de saborear el tiple y las melodías del llano grande, reconoce en su música a su propio pueblo con sus sentimientos atávicos. La fiesta de la cosecha retoma una efemérides panche, antaño celebrada por los indios en el solsticio de verano (junio). Se trataba de un festejo que mediante ciertas danzas y cánticos afianzaba lo sagrado de las relaciones con la naturaleza. El culto a San Juan el Bautista hace parte de la habitual ingerencia de la iglesia misional. La composición musical de Aurora no hace más que recoger de modo excelente la autenticación que las tradiciones han concedido a esos sentimientos festivos.

Haber pasado su infancia en Natagaima y el resto de su vida alternadamente en Bogotá e Ibagué, influyó para que su sensibilidad creadora incursionara por los terrenos del bolero y hasta del porro, ya que vivió también ocho años en la Costa Atlántica. A esos periplos corresponden El negrito brincón, porro; Tanto aparentar, bolero; Ilusión pasajera, porro; No sufras, danza; Los ocobos, bambuco; Tierra promisoria, pasillo; Iniciación, danza y El día que partiste, vals.

La Medalla al Mérito que en junio de 1982 le impuso en Villavicencio la Sociedad de Autores y Compositores, (SAYCO), confirmó la extensa popularidad que han adquirido sus creaciones musicales. A la lista anterior se agregan La golondrina, danza; Ella me cela, porro; Río caudaloso, bambuco fiestero y Un pueblo llamado san Pedro, porro.

Los últimos treinta años de su vida, Aurora Arbeláez los ha dedicado a la “defensa y promoción” de las tradiciones de su terruño, sobre todo las musicales, pues ha entendido desde siempre que la única oportunidad en que el pueblo se sacude un poco de las influencias extrañas, radica en la festividad comunitaria, bien sea a título de pretexto o a título de rito pero, en cualquier caso, como la mejor opción de reafirmar los lazos con la tierra con la comunidad y con la naturaleza. En esta vocación espiritual siempre se ha sentido respaldada por su familia y por su propio pueblo.

Aurora Arbeláez de Navarro cuenta entre sus mayores privilegios el haber sido alumna improvisada de un empírico genial: Cantalicio Rojas, vecino de su casa en la infancia. Este es el tipo de vivencias que no puede otorgar la academia ni la universidad. La crítica acepta que la alumna supo aprovechar al máximo las elementales enseñanzas del maestro de la caña.

Dos obras de esta compositora nuestra, Fiesta de cosecha, caña, y Matachín, bambuco fiestero, marcan una impronta en el panorama cultural surtolimense.