OSWALDO ANTÍA

Cuando Oswaldo Antía Ruiz estudiaba en la Normal de Ibagué, intentó ingresar al coro que dirigía el maestro José Ignacio Camacho Toscano, pero en el primer examen fue descartado porque tenía una voz indefinida. Contaba con catorce años y una tradición musical muy arraigada, por lo cual le pareció imposible que no lo aceptaran. Sin embargo, con el tiempo haría un nuevo intento, esta vez para ingresar al coro de la Universidad del Tolima y fue el mismo maestro Camacho Toscano quien lo clasificó como el único bajo entre los coristas que se presentaron. Había cambiado de voz.

Antía, quien nació en el Líbano en 1942, tuvo un padre que fue cantante y corista y que en la década de los 50 alternó con Régulo Ramírez. Tenía voz de barítono, interpretaba el tiple y se dio a la tarea de inducir a toda la familia hacia la música. Disponía de un repertorio que no se escuchaba en ninguna parte y Oswaldo cree que se las inventaba, en un ejercicio de composición que no tenía otra justificación que la de entretenerse.

Aprendió a tocar guitarra y tiple espontáneamente. Al oír y observar a su padre y a los amigos de éste, se entusiasmó tanto por la música que comenzó a ponerle melodía a un sinnúmero de poemas que había escrito durante varios años. Así acumuló varias composiciones que fueron cantadas en reuniones de amigos y tomaron el vuelo de obras conocidas.

Reunió cerca de treinta canciones y las grabó en un casette con su propia voz. Algún día los amigos de lo ajeno se llevaron el equipo de sonido de su apartamento y entre la casetera se llevaron su obra completa. Sobreponiéndose a esta situación y defraudado por el sino adverso de su música, ha ido reconstruyendo lentamente el conjunto de sus canciones.

Hubo una época en que estuvo muy cercano al movimiento musical de la ciudad. Hizo parte de la Rondalla Ciudad de Ibagué, patrocinada por el Instituto Municipal de Cultura cuando lo dirigiera el inolvidable Ramón Antonio Rodríguez, gran impulsor del arte en nuestro departamento. Ese grupo de quince diletantes realizaba presentaciones en varios escenarios locales y Oswaldo les dio algunas de sus canciones para que fueran incorporadas al repertorio.

Las canciones hicieron tránsito entre los músicos de la ciudad y siempre aparecía alguien cantando un bambuco o un pasillo de su autoría. Aunque Antía no les prestaba suficiente atención, un día fue informado, por el maestro César Augusto Zambrano, de unos arreglos que estaba realizando el maestro Quarto Testa a una de sus obras de adolescencia.

Algunas de sus canciones más interpretadas son el bolero Como tu sueño, la balada Mi soledad, los pasillos El abuelo y El águila cuaresmera, sumándose a ellas un total de quince composiciones que se encuentran enredadas en la memoria de sus amigos.

Estudió guitarra por una temporada en el Conservatorio de Música del Tolima donde tuvo como profesor a Vicente González. También compartió con otros ejecutantes, quienes lo equiparon con las técnicas mínimas para ser un guitarrista de familia y amigos, en jornadas donde la palabra se matizaba con canciones románticas.

Sus obras están concebidas desde una perspectiva amorosa. También trata los problemas sociales con su carga de vejaciones y atropellos. La evocación de lo que significó su infancia, esas vivencias campesinas, aparecen como ráfagas violentas.

Antía no participó de la fiebre de la nueva ola, fue reticente en cuanto a los ritmos extranjeros y, aunque cantaba baladas, no se dejó llevar por la avalancha de los ritmos nuevos que se tomó a la juventud. Tal vez asimiló únicamente la balada por su enfoque romántico y disfrutó de las canciones de Rafael y Charles Aznavour; no estuvo pendiente de las modas y siguió degustando sus danzas y pasillos, lo mismo que los boleros de la época, sin que el escándalo juvenil lo preocupara.

Tiene otra reticencia y esta vez es con la música de contenido violento, como los tangos, los corridos y las rancheras de determinado tipo. Esta situación obedece tal vez a la herencia de su padre, ya que él siempre afirmó que esa música del despecho producía depresión y un estado anímico no aconsejable.

Participó en varios concursos para aficionados, como el de la Hora Philips que realizaba la Cadena Caracol. También lo hizo en La Voz del Tolima, en un espacio llamado Futuras estrellas de la Canción. Aunque lo hacía simplemente por participar, la experiencia le aportó elementos para madurar y cualificar. Además fue jurado en varios concursos musicales en certámenes regionales y de colegios.

Está convencido de que componer música no es un oficio que pueda ejercitarse todos los días. Por eso sus canciones son esporádicas. El tiene una idea y poco a poco la va compaginando con la melodía. Algunas veces sale con rapidez, otras se queda simplemente en un estribillo que golpea por mucho tiempo, hasta que madura y lo fija en una grabación. Después viene un proceso de decantación que consiste en comparar y evaluar la canción para que no se parezca a ninguna que esté en el mercado.

Oswaldo hizo parte del Orfeón Popular, que dirigía José Ignacio Camacho Toscano y se retiró de la actividad musical pública sin entender por qué. Ahora lo hace exclusivamente en familia, cuando saca su tiple o su guitarra y se dedica a recorrer historias impresas en pentagramas imaginarios, pues su trabajo siempre ha sido empírico. El otro tiempo, además de la docencia en la que lleva muchos años, lo entrega a la escritura de libros de poemas en cuyo género ha publicado dos libros.