RICARDOANGULO DIAZGRANADOS

 

Una noche en que la brisa del mar Caribe entraba por las ventanas de las habitaciones de la bahía de Santa Marta, un joven delgado y soñador capturaba las ondas sonoras de Radio Habana que transmitía la final de un concurso internacional de coros. Se sintió emocionado cuando el presentador habló de la delegación colombiana, la que finalmente obtuvo los máximos honores. Eran Los coros del Tolima y Ricardo Angulo Diazgranados, quien no conocía esa región de la zona andina, se sintió premonitoriamente ligado a la armonía de esas voces y a sus ecos melodiosos.

Era el menor de cinco hermanos del matrimonio de un odontólogo con una ama de casa. Sus padres tenían fincadas esperanzas en él, aunque la madre quería que los largos y huesudos dedos le arrancaran gemidos al violín. Su padre, un melómano reconocido, luchaba internamente entre el sentido práctico y sus aficiones artísticas. Triunfó el primero y se dio a la tarea de convencer a su hijo de que estudiara una carrera que tuviera que ver con el agro. Le ofreció compra de tierras y el ganado suficiente para que iniciara la conquista de una fortuna, pero el niño, que pasaba horas enteras preguntándole al mar sobre los difusos caminos que se perdían en el horizonte, quería ser arquitecto.

A los diez años Ricardo Angulo, quien había nacido en l928, caminaba por las calles de su Santa Marta natal cuando observó unos enormes ventanales abiertos de par en par y al fondo la figura de un hombre que teñía de mar los lienzos y se impregnaba de la salinidad de la tarde dibujando palmeras y barcarolas. Ese niño de ojos titilantes estalló de entusiasmo, pues una visión tocaba las puertas de sus íntimos gustos y se inclinó definitivamente por la pintura. Le pidió a ese hombre que le dictara clases y por una mensualidad de dos pesos pudo tener contacto con los colores, las formas, las líneas y las imitaciones de pintores famosos que el profesor Joaquín Puello le exigía como ejercicio preliminar para enfrentarse a sus propias creaciones.

En el año de 1950 viaja a la capital con una beca del departamento y se inscribe en la Universidad Nacional donde se destacó por su rendimiento académico. Su padre trataba de disuadirlo para que estudiara algo más práctico, pero un concurso de pintura patrocinado por el Ministerio de Educación y El Siglo fue su salvación. Un tercer premio, una medalla, un diploma y un comentario en el periódico sobre su cuadro Billar en penumbra, convencieron definitivamente al padre que tenía un hijo pintor Bueno, mijo - le dijo a su llegada a Santa Marta - ahora sí, qué necesita?

Al finalizar su carrera obtiene una beca de dos años para España, tiempo que emplea en especializarse en colorido y pintura mural, además de visitar religiosamente los museos, hacer copias y conocer el folclor de las regiones españolas.

Regresa a Santa Marta a finales de octubre de 1959 y se prepara para enfrentársele a la vida como maestro de pintura. Dicta un taller en su ciudad natal y recibe como sueldo trescientos pesos mensuales. Un amigo de la Universidad Nacional le informa que requieren un maestro para la facultad de Bellas Artes en Ibagué.

Lo primero que recordó Ricardo Angulo cuando comenzó a estudiar la posibilidad de viajar a esa ciudad lejana, fueron las voces armónicas de ese coro que en su juventud había triunfado en La Habana, pero sus amigos le recordaron que los periódicos solo mencionaban ese lugar para reseñar las masacres y los cruentos enfrentamientos de la violencia partidista que se desarrollaba en el centro del país. Pudo más su primer recuerdo que los recortes de prensa que le mostraron y su despedida fue una especie de funeral anticipado, porque nadie creía en Santa Marta que pudiera regresar con vida.

Los coros del Tolima vuelven a aparecer en su vida, ya no a través de los parlantes de la radio, sino de cuerpo entero frente a sus ojos. Se enamoró de una de sus integrantes, la dama ibaguereña Belén Caicedo Cuenca. Además entró a formar parte de los mismos y viajó a Europa en 1969 a representar al país.

La primera exposición individual la realiza en el Banco de La República de Ibagué en l967. Allí se da a conocer como retratista. Posteriormente, en una colectiva cuelga unos enormes cuadros que presentan escenas violentas y desgarradoras, cuya comprensión la logra el espectador si toma suficiente distancia, pues incorporó los principios de la gestalt a su composición.

En el año l973 viaja durante su semestre sabático a Ciudad de México a capacitarse en museografía con una beca de la OEA, otorgada gracias a la intervención de las directivas del Conservatorio. Su objetivo era fundar el Museo de la Música, proyecto que sigue siendo un sueño.

Como pintor es un virtuoso de distintas técnicas. Tiene la paciencia suficiente para hacer de la acuarela no una mancha sino un verdadero dibujo que confunde a primera vista por el preciosismo que surge de las formas, por la delicadeza de las líneas y las proporciones del paisaje, inspirado en Durero, precursor de la acuarela-dibujo. Con el Óleo también logra una pintura apacible, unas montañas de formas geométricas que han sido estilizadas al máximo para que nos deleitemos como si realmente estuviéramos frente al escenario.

Su labor como docente en la Universidad del Tolima, donde pudo alternar con maestros como Jorge Elías Triana y Manuel Hernández, entre otros, le permitió participar en varias muestras colectivas, especialmente en jornadas culturales institucionales.

Por paradojas de la vida, en estos meses la obra del maestro Angulo que aquí es cuestionada, está obteniendo, a nivel internacional, un gran reconocimiento puesto que participa en dos exposiciones en el exterior. Se trata de una muestra colectiva de acuarelas en la Ciudad de México, en el Museo de la Acuarela, única institución en su género en América.

También fue seleccionado para representar a Colombia por la misma época en la II Bienal de Acuarela en la cual participan pintores de varios países del mundo. La temática de estas obras tiene que ver nuevamente con el mar, con el paisaje que desde niño ha estado rondándole cada pincelada y que ahora toma forma en una palenquera que vende frutas en la playa y exhibe un cuerpo vaporoso, cubierto de la brisa transparente que ¡juega con cada una de sus formas.

Este samario que se adaptó a las cordilleras andinas y a nuestro medio cultural desde hace treinta y cinco años y que se pensionó como profesor de la Universidad del Tolima, precisamente cuando había adquirido las habilidades para ser un verdadero docente, sigue pintando todos los días, vendiendo sus cuadros a la sociedad ibaguereña y compartiendo en tertulias y veladas musicales apresado en la nostalgia por la desaparición de la Escuela de Bellas Artes, por las voces de los Coros del Tolima que se apagaron y sobre todo por la incertidumbre de que la obra en la que quiso plasmar su mensaje de paz para el departamento fuera hecha briznas para dar paso a un falso modernismo. Pero a pesar de todo, este costeño desgarbado, de abundante melena y conversación fluida, sigue y seguirá viviendo en esta ciudad de la música que se está quedando sin orquestas, sin voces y hasta sin murales.

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