BLANCA ÁLVAREZ DE PARRA

La vida de Blanca Álvarez Tello estuvo marcada por la imagen de Juana, su abuela, y Francisca, su tía, quienes le enseñaron canciones españolas y le contaron historias acerca de cómo se hacían los grandes bailes en el concejo municipal de Purificación en honor a los más destacados generales de la guerra de los mil días. Tal vez desde aquel tiempo ésta y otras anécdotas comenzarían a despertar el amor por la memoria que, años más tarde, descubriría su vocación en el folclor, haciéndola experta en danzas, creencias, ritmos, supersticiones, cuentos y platos típicos.

A Blanca Álvarez, nacida en la Villa de Purificación el 28 de septiembre de una fecha que ella jamás quiso precisar pero que se calcula en la mitad de la tercera década del siglo XX, las circunstancias no sólo de la vida sino también las familiares y las de su región, fueron llevándola a estar siempre atenta a la transmisión del saber popular que, en últimas, fue su gran fuente de inspiración.

Aunque para la época no había radio en la región, los sonidos que saltaban de repente de las ortofónicas y vitrolas de casas amigas o de la plaza del pueblo los domingos, eran grabados en su mente para reproducirlos tímidamente en su casa o en el colegio. Sería en este último espacio donde Blanquita, como se le llamaba familiarmente, comenzaría a cultivar, sin plena conciencia, el liderazgo cultural que la acompañó a lo largo de su vida.

Su buen oído y su magnífica voz serían descubiertos en las ceremonias del plantel; las enseñanzas de su abuela y de Gabriel Perdomo en el tiple se perfeccionarían en cada acto cívico. Todo le sería útil años después para elaborar programas culturales como maestra rural.

Luego de hacer un curso especial en Ibagué, siendo una maestra aún muy joven, retornó a su tierra para desarrollar una tarea docente paralela con la artística.

Realizó un viaje interminable por las veredas y caminos del departamento en una labor jamás impuesta que no se limitaba a cumplir con los programas de alfabetización ni a iniciar a los niños en el complejo mundo de las matemáticas, sino que trascendía el pragmatismo de la academia al organizar no sólo los coros estudiantiles sino el de las madres a quienes dictaba periódicamente cursos de economía doméstica, manualidades y bordados.

Blanca Álvarez Tello no perdía el tiempo. Compartía momentos con los campesinos en la plaza de mercado o en el bullicio de las barbacoas aprendiendo sus tonadas, escuchando sus cuentos, capturándolos en cuartillas de papel rayado. De esta manera y tras quince años de repetir una y otra vez estos encuentros, en una labor que parecía no tener objeto, gracias a su perseverancia y rigor, logró acopiar uno de los más importantes testimonios en la reconstrucción de la memoria tolimense.

Blanca Álvarez, quien comenzó escribiendo canciones e himnos para las escuelas entre los cuales se cuentan el Himno nacional de la Corporación de pensionados de Colombia, escribiría después poemas con los que llenaría las páginas de un álbum que le valdría su participación como miembro activo del Centro Poético Colombiano al que donó su libro Rosas y perlas .

A su llegada a la ciudad de Ibagué en 1954 y tras su encuentro con Carmen Castillo, compañera de carrera y a quien llamaban El Turpial del Tolima, formaría su primer dueto. Junto a otras maestras integró el orfeón popular de Ibagué y más tarde participó en la coral Santa Cecilia que dirigió el maestro César Augusto Zambrano. Participó igualmente en la estudiantina Tolima Grande, dirigida por el maestro Francisco de Paula Rojas, grupo que se hizo merecedor a honorables distinciones.

Su primera canción, escrita en su tierra natal y por encargo de una amiga suya, lleva el título de Tus ojos. Gracias al éxito de su primer tema, continuaría escribiendo por encargo.

Con las grabaciones no tendría tanta suerte, pero igual la embargarían satisfacciones tan grandes como el día en que recibió una postal del grupo Cantatierra enviada desde el Canadá, haciéndole saber que el triunfo del colectivo en dicho país se debía al rajaleña Se acabó la jilomenca escrita por ella y con arreglos de Humberto Galindo.

La escritora de Algazaras de mis paisanos; Gorjeos; Bajo el cielo hechizado del Tolima; Mi rinconcito encantado, cuentos y poemas infantiles; Relatos de Micaela, novela costumbrista y Raíces de mi terruño, enciclopedia folclórica del tolimense, fue fundadora y presidenta de la Corporación Folclórica del Tolima, cofundadora de la Asociación de Pensionados del departamento e integrante del trío Cataima que amenizó el ambiente de la capital durante muchos años y que llevaría más tarde a la conformación del grupo Los cuatro.

Conferencista en diferentes salas del departamento sobre temas que abarcaban lo folclórico, compuso pasillos, guabinas, sanjuaneros, rajaleñas, danzas, himnos, boleros y pasodobles. Hasta su muerte, en 1995, fue una lectora asidua de la historia y, de manera especial, de las biografías de grandes artistas.

La Orden del Bunde en el Espinal, la orden Ciudad Musical entregada por el Concejo de Ibagué, la Medalla de Oro Camilo Torres otorgada por el Ministerio de Educación como educadora emérita, y el Anillo de Esmeraldina como reconocimiento a su composición La Villa de las Palmas, Purificación, son sólo algunas de las condecoraciones que honraron la memoria de quien día a día escudriñó las raíces del que también es nuestro terruño.



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