ALFONSOLOPEZ PUMAREJO

Tiene más biografía que archivo de su activa gestión pública, gracias a los memoriosos que sorprendidos por los episodios que se refieren de su vida, han puesto su interés en enfatizar el rico anecdotario de un hombre que se abrió paso en tiempos difíciles, con la metódica elemental de vivir sin restar nada a su buen gusto, ni privarse, por ejemplo de una buena partida de cartas con sus amigos, tomado a un puro o un vaso de whisky. Vistas así las cosas, no podía presentirse que su destino estuviera ligado al de esos hombres excepcionales que a veces surgen a través de los tiempos. Pero es justamente por haberse detenido a cruzar sus experiencias vitales con las de sus semejantes y sus juicios altamente racionalistas con los del común, que va encontrando, sin un método definido, el límite de lo personal, con lo que podría llamarse la Ciudad Terrena, que es también el país, la sociedad de su tiempo.

Por hacer justicia a sus ancestros, no se ha hecho la suficiente a su gestión administrativa que ha sido calificada por propios y escépticos, como la más fecunda del siglo anterior. Las biografías, las que merecen ser contadas, son bellamente tristes, como ocurre también con las novelas capitales. Curiosamente las de López no lo son tanto y en ellas abunda un mundo feliz y exitoso, que deja de serlo al final de sus años que se tiñen de pena y desconcierto por diversos sucesos familiares y de desencanto en la arena de la política que terminó por consumirlo.

La vida de López se parece mucho a la de tantos colombianos que han tenido un poco más de oportunidades y, sin sus alcances en el teatro de la política, no lo estaríamos contando. Lo excepcional surge que por dos veces fue presidente de la república y de que lo hizo bien, en un país acostumbrado a que eso no ocurriera a lo largo de un siglo. Tal vez sea cierto que algunos países tienen hombres providenciales que irrumpen para ejecutar sus grandes transformaciones, cuando todo parece perdido.

López no llegó a terminar el bachillerato y fue por caminos inesperados y poco auspiciosos, que fue enriqueciendo la experiencia del conocimiento, en forma análoga a San Agustín, que tras el confuso desorden de su vida, inspiró la grandeza teórica del cristianismo que acometiera junto a los llamados Padres de la Iglesia, en los primeros trescientos años de la nueva era.

Al abuelo materno de Alfonso López Pumarejo, Sinforoso Pumarejo lo mató un toro en Santa Marta, a los treinta y dos años de edad, en el último de sus festejos y cuando ya su familia no sabía qué hacer para mejorar su reputación de parrandero y mujeriego. A su muerte lo sobrevivieron María del Rosario y Pedro Manuel. Su abuelo paterno, Ambrosio López fue un sastre de los antiguos, empecinado en su anticlericalismo y el veneno de la política. Tocó también la trompeta en la brigada militar Antonio Nariño, se hizo panadero una larga temporada, destiló licor de contrabando en sus momentos libres y, por fin, ingresó en la conspiración, que desde los años de Simón Bolívar era un camino obligado hacia la toma del poder. Luchó contra la dictadura del general Rafael Urdaneta en 1830 y terminó en la cárcel. Es uno de los fundadores de las llamadas “Sociedades Democráticas” que aglutinaron a mediados del siglo XlX a los artesanos y trabajadores que desaprobaban las medidas económicas, que mantenían inalterables los monopolios de la riqueza nacional con un alto índice de pobreza y desempleo. La política sólo dejó ruina y desencanto a Ambrosio López que acepta para salir del trance, un empleo como inspector de aguas en Bogotá.

Uno de sus hijos, Pedro Aquilino ingresa como dependiente de la firma Samper Agudelo, que ante los efectos de la guerra de 1875, traslada su negocio a Honda, Tolima y allí también viaja aquél. La situación geográfica de la población tolimense sobre el río de la Magdalena la convierte en eje del desarrollo nacional. Son los tiempos de mayor crecimiento económico que ha vivido el país, en la vecindad del largo siglo de las guerras civiles que condujo el país a la ruina. Los tiempos en que como refieren los cronistas, por las caudalosas aguas de ese río, viajaban señoriales los pianos de cola, las bañeras imperiales de los mercados venecianos, los espejos de cuerpo labrados en maderas de los Pirineos, las sedas y lanas para los grandes señores, el fonógrafo de manivela que aún hoy no nos explicamos cómo podía sonar y viajaron los primeros cantantes de ópera que sin lugar a dudas amaban el peligro.

Treinta años más tarde Pedro Aquilino se convertirá en uno de los empresarios más prósperos del país. Contrajo matrimonio a los veintisiete años con María del Rosario Pumarejo, hija de Sinforoso, fallecido en las carralejas. A sus dos primeras hijas sobreviene un varón, el 30 de enero de 1886: Alfonso López Pumarejo. Es el mismo año en que se expide la Constitución del 86 y que, cuarenta y ocho años más tarde él intentará reformar en su primer periodo de gobierno.

López Pumarejo nace en Honda y es a través de sus calles, de su singular arquitectura, de sus vientos porteños donde la sal tiene más vida, que el futuro presidente conoce una infancia vibrante que enmarcará para siempre su vida. Allí no sólo compartió la agitación de un pequeño mundo que entraba y salía por un río, sino que alguna mercancía de ese río entró en su casa, como se ocupaba de hacerlo la clase pudiente que se afanaba en aprender de los europeos, así lo adquirido fuera tan inútil como un clavicordio que nadie osaría tocar. Allí también perdió sus primeros y segundos dientes y conoció los terceros implantados, siempre ostensiblemente grandes y visibles que singularizarán su imagen física.

Con las ventajas económicas de su padre, que superaba las tres mil libras esterlinas y las nacientes exportaciones de café, López Pumarejo se traslada con su familia a Bogotá en 1893. Preserva en Honda sus negocios y a ellos regresará con frecuencia para estimularlos con su experiencia que empieza a ser reconocida en el país. Lo que en realidad promueve su viaje a la capital, es el proporcionar a su familia el mayor bienestar y a sus hijos la mejor educación. Es presidente de Colombia el gramático y adalid conservador, Miguel Antonio Caro. Un año más tarde fallecerá en Cartagena el expresidente Rafael Núñez. La ciudad es fría, algo conventual, susurrante, clasista y exigente porque las familias principales deben lucir trajes de paño y sombreros como en Inglaterra.

El joven López Pumarejo, como el expresidente Manuel Murillo Toro, es inmejorable calígrafo y posee excelentes aptitudes para las matemáticas. Ingresa en el colegio San Luis Gonzaga y más tarde en el Liceo Mercantil. No ha cumplido la mayoría de edad y empieza a ser temible en el “Centro de la Juventud” que es un local recreativo donde se juega al billar. López Pumarejo es uno de sus clientes más hábiles y el negocio es administrado por un empleado serio y atento que ha volcado su interés en la música: Alberto Castilla. De Pedro Aquilino López recibe Castilla instrucciones precisas para que otorgue crédito a su hijo, excluyendo el consumo de bebidas embriagantes. A decir verdad, la medida no llega a afectarle y por otros medios, fomenta su afición por los juegos de azar, los toros y las carreras de bicicletas que muchas veces lo consagraron como campeón.

La madre de López Pumarejo muere a los veintiocho años de edad. La Guerra de los Mil Días sume al país en la desesperanza y para no aplazar sus estudios toma lecciones particulares de castellano, filosofía, geometría, inglés, física y economía. En 1901 su padre decide enviarlo a Londres y él mismo va al exilio, meses después, a través de Puerto Rico, con destino también a Inglaterra. Cuatro años más tarde Alfonso López, regresa a Bogotá, tras adelantar algunos cursos contables. A partir de ese momento ingresa en el mundo de los negocios y se aproxima a la vida pública a través de misiones nacionales, como la que adelantó con el gobierno inglés para lograr la acuñación de moneda circulante. En 1911 casa con María Michelsen Lombana.

Escribe artículos para medios nacionales de Bogotá y en 1915 es elegido diputado en el Tolima y más tarde representante a la cámara. Desde entonces inicia una fecunda amistad con Laureano Gómez y se suma a una nueva generación de liberales que harán historia. Alberto Lleras Camargo, Darío Echandía, Eliseo Arango, Hernando Téllez, Rafael Maya, Luis Vidales, Carlos Lleras Restrepo, Gabriel Turbay, Jorge Eliecer Gaitán.

La convención liberal de Ibagué en 1922, a cuya cabeza se encontró Benjamín Herrera, proclama su alternativa al poder con un programa de grandes reformas políticas y sociales, que desde el siglo anterior han venido aplazándose y que dan vuelta en la cabeza de López Pumarejo que sueña con una república moderna y liberal en la que quepan todos los colombianos. En un país con una clase política fronteriza y pastoril, con más devoción por las armas y el poder y casi ninguna por el ejercicio de las ideas y las disciplinas intelectuales, salvo el latín y la retórica, la audacia exquisita del dirigente tolimense, que algo de mundo había conocido, hizo camino y en el gobierno de Enrique Olaya Herrera es nombrado ministro ante la Gran Bretaña y representante en la Conferencia Económica Mundial de 1933.

López Pumarejo es candidato del partido liberal a la presidencia de la república, para el periodo de 1934-1938. Ha alcanzado una madurez política excepcional para comprender que bajo el sectarismo político y la refriega belicista para alcanzar el poder, subyacen los hondos conflictos de una sociedad inequitativa que arrastra la pesada carga de un sistema feudal, acentuado fundamentalmente en el manejo de la tierra. La pobreza y el atraso, son para López Pumarejo las dos cabezas de una hidra que es necesario desactivar para alcanzar una paz que moliere el reparo airado, llevado tantas veces a la confrontación. Es mediante la democratización verdadera de los poderes del estado que la gran comunidad nacional formará parte del mismo, piensa López, o de lo contrario, la división se perpetuará a través de nuevos conflictos por medios diversos.

Este es el pensamiento intrínseco del candidato del partido liberal y es bajo esas doctrinas que entrega su nombre al veredicto de las urnas, que en su caso, como en ocasiones anteriores, no tiene contrincantes pues el partido conservador se abstiene de presentar un candidato. Bajo esta regresiva presión asume el poder, iniciando a continuación lo que se conoció como la “Revolución en marcha “, según su explicación, para conseguir por medios pacíficos lo que buscaría una revolución por medios violentos.

Sobrevienen las grandes transformaciones estructurales prometidas: la reforma constitucional, la agraria, la tributaria, la universitaria, la judicial, la laboral y la de relaciones exteriores. Se implantó la libertad de conciencia y de cultos, se reconoció la función social de la propiedad privada, se garantizó el derecho de huelga, se modificó la política tributaria, se dictaron medidas que volvieron inembargables los salarios, se brindó protección a la maternidad, se incrementó la construcción de vivienda social y granjas para campesinos. Se unificó y fortalecieron los programas de la Universidad Nacional. Su gobierno no reconoció la dictadura del general Francisco Franco en España, producto de la guerra civil de l936.

Interpretar el poder reformista y la juridicidad de este desafiante ideario, es lo que ha llevado a tantos analistas a escribir tratados en torno a la obra de López Pumarejo y a que con el paso de los años, lluevan sobre ella los adjetivos reservados a los gobernantes sabios que han hecho de la política lo que el mundo helénico definió como la tarea del bien común. Hay que añadir a la beligerancia constructiva de sus reformas, el coraje de llevarlas adelante frente a adversarios decisivos como el clero, que unificado las combatió con toda la amplia gama de recursos doctrinarios que llevaron hasta la excomunión, para quienes, por ejemplo, matricularan a sus hijos en colegios laicos, como San Simón de Ibagué o el Liceo Celedón de Barranquilla. A López Pumarejo lo sucedió en el poder Eduardo Santos, a partir de l938 y en representación también del partido liberal.

Durante su periodo de gobierno, López ha permanecido en el extranjero, realizando en ocasiones tareas sustanciales para la modernización del país. En enero de 1941 regresa a Bogotá y el l8 del mismo mes, en imponente manifestación popular convocada en la Plaza de Bolívar, su nombre es proclamado fervorosamente, como candidato del partido liberal, para un nuevo periodo de gobierno. Su adversario en el partido conservador será Carlos Arango Vélez. López consigue la victoria por segunda vez y en medio de las tormentas políticas de la época, ocupa el primer cargo de la nación, para el periodo de l942-l946. Laureano Gómez es su gran contrincante en la facción conservadora y con su demoledora elocuencia parlamentaria, resta al ejecutivo los alcances de su nuevo gobierno que pretende ser complementario del realizado exitosamente cuatro años atrás. Este hecho sumado a la división liberal, al evento expansivo de la Segunda Guerra Mundial y la depresión económica subsiguiente, más las graves dolencias físicas de su esposa, provocaron el abandono de sus funciones, primero en octubre de l942, después en noviembre de l943 y por tercera vez en mayo de l944, cuando delega sus funciones en el chaparraluno Darío Echandía. En julio de ese mismo año, reasume el mando de la nación y el día 10 viaja a Pasto a presidir unas maniobras militares. En el desarrollo de las mismas es hecho prisionero por un grupo de coroneles que lo arrancan de su lecho a las cinco de la mañana. Su intención oculta es usurpar el poder, para salvar al país, una vez más, de las herejías reformistas que impulsa López. Darío Echandía que sigue siendo designado, asume la presidencia en Bogotá. Dos días más tarde López Pumarejo recobra su libertad y como consecuencia del asalto a la legitimidad jurídica, treinta y seis oficiales son arrestados y condenados a prisión.

Desde 1943 él había insistido en renunciar a su alto cargo, agobiado, sobre todo, por las dolencias persistentes de su esposa, que exigen toda su atención. Tras el golpe fallido y los demoledores discursos del jefe conservador Laureano Gómez en el parlamento, su determinación se hace irrevocable y presenta renuncia ante el congreso de la república, el 19 de julio de 1945. El 7 de agosto de ese mismo año asume el poder en condición de designado, Alberto Lleras Camargo. López Pumarejo ha cumplido los 59 años de edad. Su esposa fallece el 23 de enero de 1949.

En las agitaciones políticas de septiembre de 1952, desatadas por el asesinato de cinco agentes de la policía en el municipio de Rovira, Tolima, las sindicaciones políticas recaen sobre los jefes liberales, como en otros casos recaen sobre jefes conservadores en sucesos análogos casa es pasto de las llamas en el centro de Bogotá, junto a la de otros dirigentes del mismo partido y empresas periodísticas. Por ello se asila en la embajada de México y desde ese momento se entrega a planear el derrocamiento del general Gustavo Rojas Pinilla que ha llegado al poder mediante golpe de estado, un 13 de junio de l953.

López ha cumplido una efectiva tarea pública, aún más destacada en los foros internacionales. Fue jefe de la delegación colombiana ante las Naciones Unidas, entre 1946-1948. Se destaca su participación en el conflicto étnico y fronterizo entre la India y Pakistán y la creación del estado israelí en 1948. Después de esta fecha retorna a Colombia pero no ejerce de expresidente. Rechaza esa vanidad y la aún peor de extraer de su capital político nuevos privilegios. Cambia todas esas alternativas, por una menos mundana, la cría de ganado en los llanos orientales. En su finca Potosí comprada a plazos, lidia el complejo manejo de su propiedad y los recuerdos no siempre amigables de tanta pasión por la vida y las tareas ejercidas desde el poder. No termina de ser una ganadero exitoso porque las nacientes guerrillas regionales lo obligan a salir de allí.

La muerte lo sorprende en Londres, siendo embajador de Colombia, en el gobierno de Alberto Lleras Camargo. Graves deficiencias renales provocan su deceso, un 20 de noviembre de 1959. El gobierno británico, por su parte, le rinde excepcionalmente honores de jefe de estado. Sus despojos mortales fueron trasladados a Bogotá, diez días más tarde.

En Honda hay un museo que lo recuerda, pero López Pumarejo, como el resto de expresidentes tolimenses, no regresó al lugar de su nacimiento, lo que confirma la accidentalidad de ese episodio y la autonomía conque el ser humano se mueve en otra dirección.