INQUIETUDES
POEMA XI
En esta orilla de mi tiempo
mi propia y dulce intimidad.
Un payaso triste
detrás de su careta.
Un perfume
en su geografía de cristal.
Una muñeca
dormida desde siempre,
la luz, un ventanal.
Y tu piel sobre mi piel
como un manto cósmico
brasa quemándose en mi noche
relámpago repetido
aprisionado
por tus manos
y mis manos.
En la otra orilla
lo usual, lo cotidiano.
Salir a la misma hora
enfrentarse a la violencia
citadina,
sortear las marejadas
que sueltan los semáforos.
Atravesar la calle
tass!... heridos,
tal vez muertos.
El ISS y su ambulancia.
Dedos como garras
cargados de aderezos
rutilantes.
Los aretes,
Una gota púrpura
cuajándose en el lóbulo.
la insurgencia
que se toma un puesto militar.
La muerte cabalgando en moto
y los hombres que se doblan
como espigas.
El lotero. Los millones.
Alguien te vende un minifundio
en un Jardín de Paz al norte
y al sur El Apogeo a plazos.
Es la hora vespertina.
Ahora son las luces,
los neones titilantes
Y el regreso.
Perderse en el silencio
Estridente de las calles.
Gente, gente,
de un lado a otro
como peces alocados
cercanos a la angustia.
Tiempo y vida que muere
todos los días
con la última hora.
La casa está llena de tu silencio
porque estás allí, presente e ingrávido
calcado en las paredes
y en el interior de los párpados.
La boca cerrada y amarga
no emite palabras.
Los peces mataron la risa en el agua.
El canto murió en la piel de los pájaros.
Lloraron las flores
en la última madrugada.
El reloj se detuvo en el tiempo
y hasta la bailarina
suspendió la danza.
En un sitio, a la izquierda,
se inmovilizó la mirada.
Días, meses, años...
tiempo blanco.
Todo sigue igual
cotidiano
con tu presencia ingrávida
inasible
flotando en el aire.